Cuando las nuevas autoridades culturales, presuntamente acosadas por la temible Crisis, decretaron el cierre de las fronteras y, aprovechando la coyuntura, volvieron a darle la espalda a la nefasta modernidad y al decadente cosmopolitismo, los gristes poetas provinciales se alegraron sobremanera: volverían a ser los únicos protagonistas de su historia, quienes ostentaran en exclusiva los prestigios y se repartieran todas las condecoraciones. Y lo más importante: los destinados a verter en sublimes versos retóricos y heroicos las extremeñas esencias patrias.