Anda uno persiguiendo a este hombre, a sus libros, desde hace mucho. En España ha publicado en distintas editoriales; Siruela, sobre todo. El año pasado, por ejemplo, vio la luz Hora prima en la católica y selecta Sígueme. Salvo fragmentos, lo que conocía de él eran entrevistas. Y reseñas de sus obras. Pasa por autor de culto, pero aquí es de sobra conocido.
En suma, Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, traducción de Carlos Gumpert) es, mal que me pese, el primer libro que leo de Erri de Luca. No me ha defraudado. La espera ha merecido la pena. Bueno, tampoco me ha parecido que leyera al autor napolitano por primera vez. Me lo imaginaba así. Su literatura es precisa, concreta, concisa. El crítico Javier Rodríguez Marcos, uno de sus valedores, ha dicho que "habla sólo de lo que de verdad importa. Sin contemplaciones". Tiene razón. Prima la poesía.
Se podría establecer incluso cierto paralelismo entre el aspecto físico del escritor y su manera de escribir: menuda, fibrosa.
Un niño de diez años, casi un adolescente, relata un verano decisivo de su vida. Por medio, los sentimientos, sus padres, el amor, la infancia, los libros, la pesca, los otros, la guerra, Nápoles... Me da la impresión que a De Luca, se le empiece a leer por donde sea, siempre se le encuentra igual, en el mismo sitio. El suyo es un mundo sin trampa ni cartón. De ahí, tal vez, que no haya tenido esa sensación de sorpresa que otros autores, para bien o para todo lo contrario, propician. No hay engaño, no, en esa narrativa apegada a lo biográfico. La de un hombre austero del sur que ha vivido mucho e intensamente. Que ha sido albañil, pero también revolucionario y montañero. Fiel a la maravillosa ciudad de Nápoles. En esta novela, tan real, pone en boca de la madre del protagonista estas palabras: "Yo sólo sé vivir en mi tierra". Y al hablar del padre, estas otras: "La vida en Nápoles fue para él un exilio sin viaje".
En suma, Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, traducción de Carlos Gumpert) es, mal que me pese, el primer libro que leo de Erri de Luca. No me ha defraudado. La espera ha merecido la pena. Bueno, tampoco me ha parecido que leyera al autor napolitano por primera vez. Me lo imaginaba así. Su literatura es precisa, concreta, concisa. El crítico Javier Rodríguez Marcos, uno de sus valedores, ha dicho que "habla sólo de lo que de verdad importa. Sin contemplaciones". Tiene razón. Prima la poesía.
Se podría establecer incluso cierto paralelismo entre el aspecto físico del escritor y su manera de escribir: menuda, fibrosa.
Un niño de diez años, casi un adolescente, relata un verano decisivo de su vida. Por medio, los sentimientos, sus padres, el amor, la infancia, los libros, la pesca, los otros, la guerra, Nápoles... Me da la impresión que a De Luca, se le empiece a leer por donde sea, siempre se le encuentra igual, en el mismo sitio. El suyo es un mundo sin trampa ni cartón. De ahí, tal vez, que no haya tenido esa sensación de sorpresa que otros autores, para bien o para todo lo contrario, propician. No hay engaño, no, en esa narrativa apegada a lo biográfico. La de un hombre austero del sur que ha vivido mucho e intensamente. Que ha sido albañil, pero también revolucionario y montañero. Fiel a la maravillosa ciudad de Nápoles. En esta novela, tan real, pone en boca de la madre del protagonista estas palabras: "Yo sólo sé vivir en mi tierra". Y al hablar del padre, estas otras: "La vida en Nápoles fue para él un exilio sin viaje".
Después de disfrutar tanto con Los peces no cierran los ojos (libros así otorgan a una editorial su prestigio), sé que Erri de Luca dejará de ser alguien al que uno conoce por los suplementos de los periódicos.