Allá por el año 1991, cuando
uno todavía asistía a inauguraciones de exposiciones de arte, acudí a la cita
de la muestra espacio para tres, era en la iglesia de san Martín de
Plasencia, un espacio ya en aquellos años religado a mejor culto. Fue allí,
donde disfruté por vez primera de la voz del poeta Álvaro Valverde. Él abría la
vernissage con una lectura de sus
poemas. Como la exposición era local, había tal cantidad de público que ni
siquiera alcanzaba a ver al poeta que
leía. Aún no nos conocíamos. Casualidades de la vida, hoy es uno de mis mejores
amigos. Fue suficiente el oído para
captar que lo que escuchaba era poesía, no es que uno entendiera mucho de ella,
pero es lo que tiene la palabra, si estás iniciado disfrutas y si no lo estás, o
te abre la puerta al disfrute que no es poco. Venido al caso, no conocer al
poeta era irrelevante, el poeta no es la poesía. Entre tanta solemnidad, ni lo
que allí se mostraba, ni los presentes en el acto, alzábamos una cuarta del
suelo en aquel espacio tan imponente; sin embargo, la voz del poeta se elevaba,
subía e inundaba todos los espacios. Fue la voz sola del poeta, y la música de
un cuarteto que amenizaba el acto, no la imagen, la que abrió aquella realidad,
dimensionó el espacio de la exposición. Lo que demuestra dos cosas. Una, que el
arte no siempre armoniza el espacio (o el espíritu) como lo hace
la poesía y la música, pero que las tres
son inseparables. Otra, que Valverde tan cercano a los pintores,
transita esa convergencia de las artes desde su aventura personal.
Anoto este recuerdo, a esta pequeña nota que viene a celebrar su
primera Antología poética (1985-2010) Un centro fugitivo, edición
y prólogo de Jordi Doce, publicada en la colección Arrecifes de Ediciones de La
Isla de Siltolá. El libro da gusto a los sentidos, y no asusta, quiero decir
que no es voluminoso, pero sí exquisito. La edición está tan cuidada, que se
nota las manos que han intervenido en la construcción del libro, continente y
contenido, es de poetas. Aquí mi enhorabuena.
En torno a la obra poética de Álvaro
Valverde, como no soy crítico de poesía, doy un rodeo, lo de uno es otra
poética. Con cierta modestia, hablo como
lector y en todo caso con la deformación plástica del arte, a sabiendas de que
los pintores debemos mucho a la poesía, o viceversa, quizá la materia original
sobre la que trabajamos sea la misma. Su poesía siempre la he visto como un
espacio interior, un paisaje, una mirada honda, una voz reconocible que esconde
una secreta complejidad, se embosca y nos embosca. Es lo que sucede con ese
movimiento de retracción de su poesía que te embarca a mirar un paisaje,
confundirte con él, hace que su fondo sea distinto en la profundidad de su
lectura. Su mirada es una hoguera meditativa, en esa persistente “volición”,
mantiene la llama reflexiva quemando lo sobrante, “adentramiento” en suma.
Valverde sigue haciendo un dibujo, el mismo y diferente dibujo, no nos
engañemos, aquí su lucidez, su sabiduría, como Hokusai, toda la vida meditando
un dibujo, ensayando un círculo. Los poetas son una voz y un dibujo. El dibujo
de Valverde es un centro, círculo, elipsis. Algunos de aquellos primeros poemas
que le oí de viva voz en san Martín se incluyen en esta Antología poética, Un
centro fugitivo, podríamos decir que ya era núcleo y médula, en torno a
ella como anillos en el tronco de ese
árbol han crecido nuevos poemas. Valverde no se entiende sin el árbol, sin la
parquedad y dicción de su corteza, la textura de los días, su viaje interior, va y viene de la raíz a la
raíz, que no es otra cosa más que la de leer y escribir el mundo como solución
existencial, canto, luego existo, esto es la poesía desde los tiempos de
Homero. Álvaro Valverde, de la ciudad murada de Plasencia, es un poeta que vive
dentro de sí extramuros, como el árbol es árbol, a la intemperie. Un centro
fugitivo es la forma de su universo, circular y expansivo. A modo de cierre,
sus palabras: “Veinticinco años pueden dar, ya se ve, para bastante”.
¡Celebrémoslo!
Salvador Retana. La Revista de la Comarca de Las Vera.