En Ítaca, 1946 |
El domingo dediqué parte de la mañana y algo de la tarde a escribir una reseña del libro Patrick Leigh Fermor, una aventura, de Artemis Cooper (RBA), para la revista Quimera. A escribir y, sobre todo, a corregir. O a podar, por decirlo de otra manera. La envié el lunes, no sin cierta desazón. Sí, es imposible resumir en 4.300 caracteres, por mucho don de síntesis que tengas, las casi 600 páginas que encierran el relato de la apasionante y legendaria vida de Paddy, como le llamaban quienes le conocieron y, en el libro, su biógrafa (para los griegos, Mihali).
Tuve la sensación de que las siete cuartillas de notas escritas con letra menuda y las varias horas de lectura le habían servido a uno de poco en ese delicado momento de verter una opinión acerca de tan ejemplar biografía. Son acaso demasiadas las cosas que no he podido siquiera mencionar. De las más sustanciales (la carta que su madre rompe, las mujeres que le quisieron y a las que amó, la muerte accidental de Yanni, los numerosos amigos y amigas que tuvo -en especial los poetas: Thomas, Betjeman, MacNeice, Spender, Seferis-, la importancia que le daba al estilo cuando escribía, el atentado fallido...) a las más anecdóticas (la noche de bourani, sus experiencias con el vudú, la carta sobre los cangrejos, la travesía a nado -con 89 años- del Helesponto...). Ah, me ha dado mucha pena no poder decir que este hombre, un genuino caballero inglés, incansable y perfecto viajero por el ancho mundo, casi siempre a pie, también estuvo aquí al lado: en Trujillo.
Tuve la sensación de que las siete cuartillas de notas escritas con letra menuda y las varias horas de lectura le habían servido a uno de poco en ese delicado momento de verter una opinión acerca de tan ejemplar biografía. Son acaso demasiadas las cosas que no he podido siquiera mencionar. De las más sustanciales (la carta que su madre rompe, las mujeres que le quisieron y a las que amó, la muerte accidental de Yanni, los numerosos amigos y amigas que tuvo -en especial los poetas: Thomas, Betjeman, MacNeice, Spender, Seferis-, la importancia que le daba al estilo cuando escribía, el atentado fallido...) a las más anecdóticas (la noche de bourani, sus experiencias con el vudú, la carta sobre los cangrejos, la travesía a nado -con 89 años- del Helesponto...). Ah, me ha dado mucha pena no poder decir que este hombre, un genuino caballero inglés, incansable y perfecto viajero por el ancho mundo, casi siempre a pie, también estuvo aquí al lado: en Trujillo.