Que contrapongo a Lo perdido, el libro de Dulce María González, escritora mexicana de Nuevo León para mí desconocida, que acaba de publicar Vaso Roto. Pues por ganado y bien ganado tengo los versos frágiles, evocadores y sutiles que lo componen, llenos de luz caribeña, de haciendas y casas coloniales, de interiores en penumbra, de bibliotecas con hallazgos, de patios con plantas -la buganvilia, el árbol de la papaya- y de refugios encerrados dentro de una memoria familiar que uno no puede por menos que hacer suya. Como el mundo que ella escribe, habitable para quienes lo leemos.
Madres, padres, abuelas, mujeres, niños... Lo perdido ganado para siempre, diría uno, por seguir con el juego de palabras.
Antonio Méndez Rubio añade a esta joyita un prólogo del todo pertinente que, no haría falta decirlo, expresa una verdad; esto es, que merece la pena -o la alegría, según se mire- leer a Dulce María González y dejarse llevar por la real realidad de... Lo perdido.