Hacía diez años que Lorenzo Oliván (Castro
Urdiales, 1968) no publicaba un libro de poesía. Sí ha dado a la imprenta uno
de aforismos (género, ahora tan de moda en España, del que fue, por cierto, un
adelantado), Hilo de nadie (2008),
que bien podría pasar por poético.
No es el cántabro autor (en lo que a la
poesía, en rigor, se refiere) de una obra extensa. Este es su quinto libro.
Antes, Visiones
y revisiones, Único norte, Puntos de fuga (Premio Fundación
Loewe) y Libro de los elementos.
Dos citas abren Nocturno casi, que forma parte de la acreditada colección Nuevos
Textos Sagrados de Tusquets. Una de Wittgenstein y otra de Lorca: La filosofía
y la poesía. El objeto y las cosas. Lo exterior y lo interno. “Tendremos que
llegar al hueso de las cosas, / al eje de las cosas, al nudo de las cosas, /
como un anclaje férreo / en el mundo, y el ser, y el ser del mundo”.
Tras esas pistas, el inicial poema de “Ardua
trama”, primera de las partes del libro, alude al “inquietante animal” que
conforma su mano “buscando aquí en lo blanco”. Y más adelante “Escapando de mí,
/ fui más yo mismo”, escribe, en torno a la eterna dicotomía entre “raíz y
huida”.
Conviene señalar que estamos ante una poesía
indagatoria y reflexiva, del yo y de los otros, que también le habitan. Una
poesía del conocimiento, diríamos con Valente, un autor cuyo magisterio se le
antoja a uno detectar entre los intersticios de este libro.
Estamos ante lo que podríamos denominar, en
términos pictóricos y salvando todas las distancias, poesía matérica. De índole tan concreta como
abstracta, pues como bien sabemos los límites entre ambas concepciones, que en
realidad son una misma, se acaban confundiendo. No es baladí el poema dedicado
a Rothko (“Mark Rothko contempla el horizonte en uno de sus cuadros”).
La mirada es consustancial a esta poesía, al
tiempo que la indagación metafísica (con abundantes referencias al vacío, el
círculo…), del pensamiento, fundamenta el devenir de unos versos que Oliván concibe
en “desbandada”. Versos que laten entre lo fragmentario y lo metafórico.
La palabra se adelgaza, se hace esencial. Así
en “Cauce abierto”, “Esta llama”, “El constructor del hielo”, “Lo abierto y lo
cerrado”, “De raíz”, “Blanco”… Oliván es aquí un poeta de estirpe silenciaria que dice más por lo que
calla que por lo que abiertamente expresa. Lo misterioso y lo oscuro (en el
mejor sentido) se imponen a lo explícito. Estamos ante una voz órfica, por
decirlo con L. A. de Villena, que le incluyó en su antología La lógica de Orfeo. Una voz personal y
distinguible donde no es difícil advertir la música callada del último Juan
Ramón, en el poema que cierra el volumen, “Lo hondo”, que se contrapone a lo
alto: “El alto azul sin nubes qué hondo es”.
Otras veces lo discursivo amplía el horizonte
de la meditación y la mirada se desliza hacia fuera. Entonces, el mar (“Ser
como el mar”, “Por eso amas el mar”), la luz (una palabra clave), lo envuelven
todo.
En “Tocar extremos”, la segunda parte, se
aprecia esa apertura. En “Desde la piel”, por ejemplo. O en “Laboreo”.
“La noche a tientas” es un poema
paradigmático. La casa como cueva y allí, palpando las paredes con las palmas
de las manos abiertas, un hombre, tal vez el primer hombre, “el animal del
miedo que eras tú”.
Las imágenes son vivas, impactante, como en
“Las sirenas”. Imágenes que a uno le recuerdan, pongo por caso, la poesía del
norteamericano Wallace Stevens (al que se cita).
Lo celebratorio y vitalista (léase “Visión de
un sol de invierno”), evidente en la tercera y última parte del libro, “Visión
nocturna”, recuerda la contenida ebriedad –limpia, certera– de Claudio
Rodríguez. Como detrás de lo alucinatorio –a modo de homenaje– está José
Hierro, un nombre imposible de soslayar.
No podemos, en fin, dejar de lado la sensualidad que destilan los versos de Oliván, en poemas como “Cuerpos”. “La piel es la ficción” se titula uno de ellos, donde el poeta se pregunta: “¿Por qué se tiende / a elevar casi a dios la superficie?”
No podemos, en fin, dejar de lado la sensualidad que destilan los versos de Oliván, en poemas como “Cuerpos”. “La piel es la ficción” se titula uno de ellos, donde el poeta se pregunta: “¿Por qué se tiende / a elevar casi a dios la superficie?”