11.6.14

El imán más negro

Hacía diez años que Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) no publicaba un libro de poesía. Sí ha dado a la imprenta uno de aforismos (género, ahora tan de moda en España, del que fue, por cierto, un adelantado), Hilo de nadie (2008), que bien podría pasar por poético.
No es el cántabro autor (en lo que a la poesía, en rigor, se refiere) de una obra extensa. Este es su quinto libro. Antes, Visiones y revisionesÚnico norte, Puntos de fuga (Premio Fundación Loewe) y Libro de los elementos.
Dos citas abren Nocturno casi, que forma parte de la acreditada colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets. Una de Wittgenstein y otra de Lorca: La filosofía y la poesía. El objeto y las cosas. Lo exterior y lo interno. “Tendremos que llegar al hueso de las cosas, / al eje de las cosas, al nudo de las cosas, / como un anclaje férreo / en el mundo, y el ser, y el ser del mundo”.
Tras esas pistas, el inicial poema de “Ardua trama”, primera de las partes del libro, alude al “inquietante animal” que conforma su mano “buscando aquí en lo blanco”. Y más adelante “Escapando de mí, / fui más yo mismo”, escribe, en torno a la eterna dicotomía entre “raíz y huida”.
Conviene señalar que estamos ante una poesía indagatoria y reflexiva, del yo y de los otros, que también le habitan. Una poesía del conocimiento, diríamos con Valente, un autor cuyo magisterio se le antoja a uno detectar entre los intersticios de este libro.
Estamos ante lo que podríamos denominar, en términos pictóricos y salvando todas las distancias, poesía matérica. De índole tan concreta como abstracta, pues como bien sabemos los límites entre ambas concepciones, que en realidad son una misma, se acaban confundiendo. No es baladí el poema dedicado a Rothko (“Mark Rothko contempla el horizonte en uno de sus cuadros”).
La mirada es consustancial a esta poesía, al tiempo que la indagación metafísica (con abundantes referencias al vacío, el círculo…), del pensamiento, fundamenta el devenir de unos versos que Oliván concibe en “desbandada”. Versos que laten entre lo fragmentario y lo metafórico.
La palabra se adelgaza, se hace esencial. Así en “Cauce abierto”, “Esta llama”, “El constructor del hielo”, “Lo abierto y lo cerrado”, “De raíz”, “Blanco”… Oliván es aquí un poeta de estirpe silenciaria que dice más por lo que calla que por lo que abiertamente expresa. Lo misterioso y lo oscuro (en el mejor sentido) se imponen a lo explícito. Estamos ante una voz órfica, por decirlo con L. A. de Villena, que le incluyó en su antología La lógica de Orfeo. Una voz personal y distinguible donde no es difícil advertir la música callada del último Juan Ramón, en el poema que cierra el volumen, “Lo hondo”, que se contrapone a lo alto: “El alto azul sin nubes qué hondo es”.
Otras veces lo discursivo amplía el horizonte de la meditación y la mirada se desliza hacia fuera. Entonces, el mar (“Ser como el mar”, “Por eso amas el mar”), la luz (una palabra clave), lo envuelven todo.
En “Tocar extremos”, la segunda parte, se aprecia esa apertura. En “Desde la piel”, por ejemplo. O en “Laboreo”.
“La noche a tientas” es un poema paradigmático. La casa como cueva y allí, palpando las paredes con las palmas de las manos abiertas, un hombre, tal vez el primer hombre, “el animal del miedo que eras tú”.
Las imágenes son vivas, impactante, como en “Las sirenas”. Imágenes que a uno le recuerdan, pongo por caso, la poesía del norteamericano Wallace Stevens (al que se cita).
Lo celebratorio y vitalista (léase “Visión de un sol de invierno”), evidente en la tercera y última parte del libro, “Visión nocturna”, recuerda la contenida ebriedad –limpia, certera– de Claudio Rodríguez. Como detrás de lo alucinatorio –a modo de homenaje– está José Hierro, un nombre imposible de soslayar.
No podemos, en fin, dejar de lado la sensualidad que destilan los versos de Oliván, en poemas como “Cuerpos”. “La piel es la ficción” se titula uno de ellos, donde el poeta se pregunta: “¿Por qué se tiende / a elevar casi a dios la superficie?”