Álex Chico publica en su blog, Isla de Elca, "Una ciudad del sur", la reseña sobre Más allá, Tánger que ha aparecido en la sección "Paliques" del número 115 de la revista Clarín.
Ya he dicho en más de una ocasión que Chico es una de las personas que mejor conocen lo que he escrito. La copio aquí.
En toda lectura hay una serie de escalones. Si esa lectura viene de lejos y se ciñe a un único autor, cada peldaño no se reduce simplemente a la recepción de un nuevo libro. O no sólo, al menos. Se trata, en realidad, de un eslabón más para comprender el universo que han construido para nosotros. Que logremos o no sentirnos dentro de él depende de la afinidad, de la cercanía con los temas y con la forma en que nos llegan. Cuando hemos conseguido habitar una obra, no esperamos que ese nuevo libro implique un paso adelante, sino un paso más, dondequiera que nos conduzca.
Si nos
detenemos en un libro como este, descubrimos que Más allá, Tánger supone un nuevo peldaño, porque su
publicación, digámoslo desde el inicio, ensancha uno de los universos
literarios más apasionantes que existen en la poesía española actual. Se
equivoca quien vea en ese cambio de escenario un alejamiento de los territorios
característicos de la literatura de Álvaro Valverde. Cuanto más lo releo,
más me doy cuenta de que se trata de un libro esencial en una trayectoria como
la suya. Empleo ese adjetivo y no otro porque en él se resume buena parte de
sus obsesiones literarias y se añaden otras formas de decir que lo
singularizan. Esencial, en fin, porque en pocos libros se percibe tan
claramente esa unión entre el tiempo y el territorio. De la misma manera que Más allá, Tánger cumple una vieja obsesión del autor:
la de construir un libro compuesto por un único poema, dividido en cincuenta
piezas que forman parte de un mismo puzle. La tarea del autor consiste en
reconstruirlo. En realidad, toda obra, literaria o no, aborda siempre un mismo
escenario, por muchas formas que adopte, pero hay veces en que esa unión se
hace más intensa, más próxima. Aquí esa conexión se materializa hasta el
límite.
Los poemas de Más allá, Tánger no sólo nos hablan de una ciudad y de
su pasado. Lo que nos proponen, más bien, es la reconstrucción de una memoria
que aglutina otras voces, otros ámbitos. Se trata de encajar esas piezas
sueltas que se niegan a abandonarnos y que regresan para ser ensambladas. Para
saber de nosotros y del presente en el que nos encontramos. Álvaro Valverde se
acerca a una ciudad enigmática, envuelta por un aura misteriosa, en donde
importa tanto lo dicho como lo callado. Un lugar extraño y familiar al mismo
tiempo, al que se accede a partir de una memoria múltiple: la de una mujer que
regresa a su ciudad natal, la del personaje poético que representa el propio
autor y la de la voz poética que narra ese reencuentro. El espacio que allí se
encuentra es, ante todo, un estado de ánimo. Una atmósfera tan bien trabada que
nos hace sentir el empuje del levante, y nos envuelve en los diversos tonos
cromáticos que va adoptando la ciudad, desde la blancura del minarete hasta las
fachadas ocres o los matices cobrizos. Su enorme plasticidad y su manera de
poner en marcha cada uno de los sentidos proporcionan al lector la posibilidad
de estar dentro, tan dentro que lo sentimos como un lugar propio. Porque el
Tánger de Valverde no se lee. Más bien se respira, se palpa, se huele. Una
ciudad más sensorial que especulativa, que alberga en una misma cara ida y
regreso, porque no se abandonan los lugares de los que nunca hemos salido. Una
ciudad que es, en suma, todas las ciudades, por recordar un verso de Mecánica terrestre. Aquí,
Tánger es también Lisboa, Cádiz, Nápoles, Valparaíso, Estambul o Venecia. Con
todo, esa multiplicidad la hace única, dispar, como sucede con otros
territorios poetizados por el autor. En Más
allá, Tánger se busca la
esencia, esas «fuentes sagradas del origen». Aquello invariable entre el cambio
y la metamorfosis. Detalles nimios, insignificantes en apariencia, que dan
cuenta de la verdad de un microcosmos o funcionan como un «aleph de aquel vasto
universo». Eso que perdura porque no ha desaparecido del todo, permanente a
pesar de lo inestable. Ante un esplendor apagado se conservan aún las brasas,
el «sonoro silencio».
Recupero uno
de los aspectos citados anteriormente. Me refiero a su capacidad para generar
una atmósfera. Un ambiente construido a partir de las múltiples voces y
escenarios que aparecen: azoteas, umbrales de casas, manchas de humedad en sus
fachadas, vasos de té, películas en 16 o en súper 8, hileras de hombres
dormitando bajo un toldo, sirenas que anuncian la llegada o la partida de un
barco, un padre que, cámara al hombro, camina despacio por el boulevard
Pasteur. Anónimos o reconocibles, esa galería de personajes y espacios
consiguen generar una atmósfera a medio camino entre la realidad y el sueño,
entre lo sucedido y lo imaginado. Por encima, la verosimilitud de la ficción,
el realismo misterioso. La poesía de Álvaro Valverde explora lo cotidiano y lo
convierte en universal, al estilo de Charles Simic o Patrick Modiano. Las imágenes no nos
llegan de frente, sino a través de un reflejo, de un eco. Puede que no haya
otra forma de acercarse al pasado si no lo hacemos recuperando esos mínimos
destellos que conservamos y que nos asaltan casi de improviso, tiempo después.
En Más allá, Tánger esos mismos detalles se convierten en
interminables círculos de intriga que modifican la ciudad, la confunden y, a su
manera, también la reinventan. Precisamente por eso, por estar sujeto a una
duda, el autor nunca podrá abandonar el lugar sobre el que escribe. Tampoco sus
lectores. La emoción y la intensidad que recorre un libro como este hacen que
consigamos habitar cada uno de los rincones de una ciudad del sur. Cuando
finalizamos su lectura, sabemos que Tánger también nos pertenece.
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(NOTA: Otro Morales, Javier, alude al libro en su artículo "Plasencia, ciudad de la poesía", publicado en El Asombrario & Co.)
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(NOTA: Otro Morales, Javier, alude al libro en su artículo "Plasencia, ciudad de la poesía", publicado en El Asombrario & Co.)