El Toré ensayista es autor, y no por casualidad, de un libro imprescindible: El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines, al que citábamos ayer, Premio Gerardo Diego de Investigación Literaria.
El roble de Goethe en Buchenwald lleva por subtítulo Glosas en torno a un texto de Joseph Roth que es, precisamente, el que abre el pequeño pero denso volumen (pensado y escrito con inusitada claridad, ameno en el más noble sentido del término), el último texto que escribió, en 1939, el escritor austriaco de origen judío antes de morir.
Cuando Buchenwald se llamaba Ettersberg, debajo de ese árbol se encontraban con frecuencia el autor de Fausto y la señora von Stein. Al construir el Lager, el campo de concentración, se mantuvo el roble. Para no ofender la memoria de Goethe y gracias a las leyes proteccionistas de Hitler, un enamorado de los animales y de la naturaleza. No ha de olvidarse que al decir Buchenwald estamos diciendo Weimar, la ciudad del genio alemán (y no me refiero al ideólogo del nazismo, por más que Weimar fuera un "campo experimental de la política nazi" y para Thomas Mann el "centro del hitlerismo").
Se enfrentan Kultur y Zivilisation, alma y sociedad (de nuevo Mann), un asunto al que dedica no pocas reflexiones Toré quien, a la postre, alude a una "cultura mestiza" que no es, sólo, ni una cosa ni otra. Y de la literatura alemana escrita por autores que no lo son de nacimiento (Kafka, Roth, Celan...), de lo fácil que resulta ser "apátrida" y hablar de "nomadismo" cuando se tiene "pasaporte y tierra propia" y, en fin, de la "ética de la hospitalidad" de Edmond Jabès, tan adecuada a los tiempos que corren. Y vuelve sobre la vida y la obra de Primo Levi, de Kertész, del citado Celan y su "Fuga de la muerte" ("un epitafio y una tumba")... Y sobre la del español Jorge Semprún, que sobrevivió a Buchenwald. Y ya ahí, "tras Auschwitz", a partir de la famosa afirmación de Adorno. Del exterminio y la invisibilidad (Rancière).
El oficial de las SS es el lobo, el vampiro de los cuentos de terror. Los relatos de lo ocurrido en aquella tragedia. Y, sin embargo, los torturadores "eran gente cualquiera". Sí, el peligro de "los hombres comunes". La clave es "no sólo qué contar, sino cómo contarlo", precisa Toré. Los testigos "son ellos, los musulmanes". Los hundidos, ellos son los verdaderos testigos, como creía Levi. Y un peligro, que surge de una pregunta (este libro es, sobre todo, un cúmulo de preguntas): "¿Cuántos años se necesitan para hacer romántica la matanza?" "¿Ya es Auschwitz un asunto del pasado?"
Allí se ejerció la tortura, esencia del Tercer Reich. Bajo la legalidad del Lager. Con el fundamento mitológico de la barbarie. De ahí la tentación de querer convertir a ese lugar en mito (que lleva aparejado su propio "contramito"). El término Holocausto parece justificar una muerte sine causa. Y no es lo mismo genocidio que sacrificio. Por eso "Auschwitz rechaza toda teodicea". También, concreta Toré, toda antropodicea. El sueño del humanismo es frágil. Y recuerda a Pico de la Mirandola. El Lager, en fin, no es el resultado de una fatalidad histórica.
Un peligro: el de la "tentación mitológica". Y otra pregunta: "¿Por qué conferir al exterminio el prestigio de la mística?" (Agamben).
El bosque es el espacio sagrado de la esencia alemana. El roble se mantiene en su sitio gracias, ya se dijo, a leyes del Tercer Reich que servían para preservar árboles pero no para salvar vidas. Leyes que tenían en cuenta el correcto transporte de animales en los trenes a la par que se hacinaba a hombres, mujeres y niños en vagones que iban camino de las cámaras de gas. En los campos se usaba para "comer" la palabra "fressen", la destinada a los animales, y no "essen", la destinada a lo que hacen las personas con los alimentos.
El nazismo como ideología de la muerte, pero también de la vida. De cierta vida, diríamos. Obsesión por la sangre y el suelo. El paisaje alemán como decorado perfecto de la propaganda del régimen. "Los árboles no dejan ver el crimen". Su lema ideal: "Et in Arcadia ego".
Y con la naturaleza y el paisaje, la belleza, no en vano el nacional-socialismo es una "fusión de política y arte". Una estética que, claro está, es también una (no)ética. Ahí, el topos del beatus ille. Y del locus amoenus: Heidegger en su cabaña de Todtnauberg, en la Selva Negra. Donde le visitó Paul Celan, otro superviviente malogrado, en 1964. El silencio se impuso a la conversación.
Que escribir poesía después de Auschwitz no sólo era posible, sino además necesario, lo demuestran las obras del mentado Celan y las de Jabés, Gelman, Zurita o Valente, por mencionar a algunos de los que han reflexionado sobre el tema y trae a colación Toré en su libro. Poesía es aquí, por extensión, Cultura. Auschwitz fue precisamente eso: el "fracaso de la cultura". Porque la poesía, cabe añadir, no es o mera complacencia o forzada resistencia.
"Queda la lengua", concluye Toré. la materna, el alemán de Arendt y Celan. Queda la poesía. "lengua del origen", aunque "no nos redime de la historia". Porque "el tiempo de la escritura es el después".
Se enfrentan Kultur y Zivilisation, alma y sociedad (de nuevo Mann), un asunto al que dedica no pocas reflexiones Toré quien, a la postre, alude a una "cultura mestiza" que no es, sólo, ni una cosa ni otra. Y de la literatura alemana escrita por autores que no lo son de nacimiento (Kafka, Roth, Celan...), de lo fácil que resulta ser "apátrida" y hablar de "nomadismo" cuando se tiene "pasaporte y tierra propia" y, en fin, de la "ética de la hospitalidad" de Edmond Jabès, tan adecuada a los tiempos que corren. Y vuelve sobre la vida y la obra de Primo Levi, de Kertész, del citado Celan y su "Fuga de la muerte" ("un epitafio y una tumba")... Y sobre la del español Jorge Semprún, que sobrevivió a Buchenwald. Y ya ahí, "tras Auschwitz", a partir de la famosa afirmación de Adorno. Del exterminio y la invisibilidad (Rancière).
El oficial de las SS es el lobo, el vampiro de los cuentos de terror. Los relatos de lo ocurrido en aquella tragedia. Y, sin embargo, los torturadores "eran gente cualquiera". Sí, el peligro de "los hombres comunes". La clave es "no sólo qué contar, sino cómo contarlo", precisa Toré. Los testigos "son ellos, los musulmanes". Los hundidos, ellos son los verdaderos testigos, como creía Levi. Y un peligro, que surge de una pregunta (este libro es, sobre todo, un cúmulo de preguntas): "¿Cuántos años se necesitan para hacer romántica la matanza?" "¿Ya es Auschwitz un asunto del pasado?"
Allí se ejerció la tortura, esencia del Tercer Reich. Bajo la legalidad del Lager. Con el fundamento mitológico de la barbarie. De ahí la tentación de querer convertir a ese lugar en mito (que lleva aparejado su propio "contramito"). El término Holocausto parece justificar una muerte sine causa. Y no es lo mismo genocidio que sacrificio. Por eso "Auschwitz rechaza toda teodicea". También, concreta Toré, toda antropodicea. El sueño del humanismo es frágil. Y recuerda a Pico de la Mirandola. El Lager, en fin, no es el resultado de una fatalidad histórica.
Un peligro: el de la "tentación mitológica". Y otra pregunta: "¿Por qué conferir al exterminio el prestigio de la mística?" (Agamben).
El bosque es el espacio sagrado de la esencia alemana. El roble se mantiene en su sitio gracias, ya se dijo, a leyes del Tercer Reich que servían para preservar árboles pero no para salvar vidas. Leyes que tenían en cuenta el correcto transporte de animales en los trenes a la par que se hacinaba a hombres, mujeres y niños en vagones que iban camino de las cámaras de gas. En los campos se usaba para "comer" la palabra "fressen", la destinada a los animales, y no "essen", la destinada a lo que hacen las personas con los alimentos.
El nazismo como ideología de la muerte, pero también de la vida. De cierta vida, diríamos. Obsesión por la sangre y el suelo. El paisaje alemán como decorado perfecto de la propaganda del régimen. "Los árboles no dejan ver el crimen". Su lema ideal: "Et in Arcadia ego".
Y con la naturaleza y el paisaje, la belleza, no en vano el nacional-socialismo es una "fusión de política y arte". Una estética que, claro está, es también una (no)ética. Ahí, el topos del beatus ille. Y del locus amoenus: Heidegger en su cabaña de Todtnauberg, en la Selva Negra. Donde le visitó Paul Celan, otro superviviente malogrado, en 1964. El silencio se impuso a la conversación.
Que escribir poesía después de Auschwitz no sólo era posible, sino además necesario, lo demuestran las obras del mentado Celan y las de Jabés, Gelman, Zurita o Valente, por mencionar a algunos de los que han reflexionado sobre el tema y trae a colación Toré en su libro. Poesía es aquí, por extensión, Cultura. Auschwitz fue precisamente eso: el "fracaso de la cultura". Porque la poesía, cabe añadir, no es o mera complacencia o forzada resistencia.
"Queda la lengua", concluye Toré. la materna, el alemán de Arendt y Celan. Queda la poesía. "lengua del origen", aunque "no nos redime de la historia". Porque "el tiempo de la escritura es el después".