José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) tiene un blog, Poesía, intemperie, y este año ha dado a la imprenta un par de libros. Uno de poesía: Un corte que no sangra (Trea), y otro de ensayo: El roble de Goethe en Buchenwald (Libros de la Resistencia).
"El instante pertenece al ámbito del mundo: es un corte que no sangra". Estas palabras de Levinas abren el libro de poemas de Gómez Toré y, de paso, le dan título.
"Nunca es pequeño el asombro", escribe, lo que nos da pie para afirmar que estos versos se guían por la perplejidad a lo que cabe añadir que toman el camino de lo elevado, diría, en contraste con los que aspiran a lo plano, lo romo, lo ya conocido o que se sabe. Esa elevación marca un tono al que no son ajenos ni ciertos autores (alemanes por más señas) ni la música (Bach, Billie Holiday), que me permite mencionar la perfección y lo bello por más que el poeta diga que "Nadie / levantará su casa en la belleza" al tiempo que afirma: "Perdónanos / porque otra vez salimos / indemnes de la música".
El lenguaje empleado por Toré es preciso. Sus poemas, breves. Parecen cincelados, de tan exactos.
De lo mínimo hace una obra de arte. Así, "Luces rojas", que menciono no sólo como paradigma de su forma de decir, sino también como ejemplo de que la llegada de la noche, un tema tan manido, puede alcanzar la categoría de poema logrado.
"Las palabras persiguen un lugar", escribe. Y: "Todo lenguaje es lento".
Precioso resulta "Jaisalmer", que me recordó unos versos que escribí inspirados en una fotografía de Bernard Plossu realizada en la india "La Ciudad Dorada" de Rajastán.
El río, metáfora eterna, está presente en "Guadarrama". "Nacer es perturbar el agua", leemos allí, un asunto central de un libro dedicado a sus hijos (y en particular la cuarta parte). "En lo que fluye hay una permanencia, / un prudente alejarse".
Hay algo (o mucho) de sentencioso en los versos de Un corte no sangra, una tendencia al aforismo ("La vida es la celada en que caemos", "Donde hay profundidad, hay vértigo"...) También la filosofía es parte de estas meditaciones, algo inevitable (y natural), lo veremos después, en Toré. En sus asedios a la luz (la del mediodía, la del atardecer...), pongo por caso: "y lo que no es la luz / está en la luz". Léase "Cambio climático", donde aparece una simbólica y modesta higuera. Esta mención me lleva a otro poema, "Bajo los árboles", y la constatación de la importancia de la naturaleza en esta visión del mundo. Otros poemas logrados son "Claustro de San Pedro", "El mirlo", "Un kilo de manzanas Golden"...
Árboles, pájaros ("Sostener un instante / el canto inmerecido de los pájaros")... Lo elemental, lo cotidiano elevado a la categoría de símbolo. Algo que nos recuerda al Brines más metafísico, que no por eso es el más oscuro. Diálogo y silencio son, nos advierte en la nota final, dos caras de la misma moneda y cita a Gadamer y Celan que son, por cierto, dos nombres fundamentales del segundo libro de Toré que vamos a comentar. Tal vez mañana.