A J. Á. Valente, in memoriam
Esta casa refleja en su interior el laberinto que la ciudad levanta con sus calles; estancias que proyectan su penumbra contra la cal desnuda de los muros; pasillos tortuosos, rincones escondidos, ventanas clausuradas que conducen a aquella habitación de sombra y humo perdida en la alta noche de La Habana; a un patio donde llueve en el pasado, en medio de una tarde parisina; o a un cuarto de Ginebra o a un barrio de Lisboa o al burgo de Augasquentes o al centro metafísico que ocupa, por defecto, cualquier plaza del sur. Allí, los libros. Y, con ellos, las voces que conversan con palabras selladas, de difuntos, y en lenguas diferentes reconstruyen el himno de Babel. Al fondo, una escalera. Subirla es ver la luz. Viniste aquí por ella. Es la luz perseguida que nos ciega los ojos para invertir, al cabo, la mirada y llevarla hacia dentro, hacia el fondo innombrable del alma de las cosas. Ya arriba, en la azotea, está el desierto. Se extiende, como un mar, tras la alcazaba. Es el mismo desierto que has venido cruzando cada día de vida; el que cruzas ahora, camino de tu ser y de tu muerte.
Nota: Este poema ha sido publicado en Letras para crecer dos, un proyecto de la ONG Extremayuda. Después de escuchar a su fundador, el médico de Jaraicejo Damián Gallego, comprende uno mucho mejor el alcance de sus desvelos y anima a los que me leen a que colaboren en sus proyectos de Alto Trujillo (Perú). Por lo pronto, que a mí me conste, en La Puerta de Tannhäuser hay ejemplares del libro (editado por Norbanova), una amplia antología llena de textos importantes escritos por escritores extremeños (o personas vinculadas a este tierra) y peruanos, al modesto precio de 10 euros.