Dentro de unos días se casa en tierras levantinas el poeta Víctor Peña Dacosta. No lo digo porque haya abierto aquí una sección de prensa rosa o del corazón, sino porque ese hecho común está íntimamente relacionado con el contenido e intención del segundo libro del poeta placentino, Diario de un puretas recién casado, que se publica en las inefables Ediciones Liliputienses.
No hay mucha diferencia formal ni de tono (en el caso de que ambas cosas no sean la misma) con respecto a su ópera prima, La huida hacia delante.
El título del libro determina también el citado tono. Puretas es, según el DRAE, procedente del caló puré, "viejo, anciano" y nuestro autor acaba de inaugurar la treintena. Además, juega con el rótulo de unos libros principales de Juan Ramón Jiménez que ya ha hecho antes fortuna en lo que a variaciones se refiere. El primero de los de Jon Juaristi se titulaba Diario de un poeta recién cansado, donde "cansado" sustituye al "casado" original y juanramoniano. El juego, el humor y la ironía, llevados a veces al extremo, son signos distintivos de la casa y aquí eso se aprecia de manera notoria.
Sin haberse casado aún, Peña ha escrito unos poemas donde esa condición se da por resuelta. Con ello, el poeta asume, mal que bien ("siembre habrá un bar cerca", que diría su padre), el nuevo estatus. No es sólo la nueva cárcel de amor, que admite satisfactoriamente (al fin y al cabo estamos, como reconoce Peña en la nota final, ante una declaración amorosa), sino, y esto importa más, las consecuencias que se derivan de los estragos de la edad, exagerados ya se dijo, en función del efecto literario previsto. La acidez nunca falta en este empeño. Ni la ternura.
De librino (a la extremeña) o de plaquette (para leídos) califica su ejecutor la muestra. Por la extensión lo es, que no por el alcance. Las apariencias engañan. Su mundo lírico (que no es otro que el vital) da un nuevo paso hacia su formulación y fortalecimiento y su poesía emerge en el panorama como una de las más destacadas de nuestro inestable presente. Algún crítico babélico dejan caer su nombre. Alguna antología de próxima publicación lo incorpora a su distinguida nómina.
Con débitos poéticos claros (que antes de negar ensalza) y firme vocación de maldito ("Pero hay muchas formas de ser un maldito"), este "García casado de la vida" ha construido este pequeño artefacto de impronta netamente autobiográfica con mucha carga dentro. Peligroso, sí, a la par que divertido. Como en su primera entrega, no todo aquí es mentira. Ni sólo de risa. Que se lo digan, si no, a los lectores puretas de verdad, y, por eso, ay, cansados. ¿O era casados?