"Los libros amarillos", de Van Gogh. |
Casi nunca recuerdo mis sueños. Hoy, sin embargo, cosa extraña, sí. Me he levantado y he venido directamente aquí a escribir sobre él. Mi amigo Gonzalo me recomendaba un libro, lo que no deja de ser otra rareza. Ni sé el título ni tampoco el nombre del autor. Era extranjero, eso casi seguro. Del todo desconocido para mí. Al principio, en el primer ejemplar que me enseñó, creí que era de aforismos o de pensamientos, pero no: era de poesía. Lo tenía en distintas ediciones, a cada cual más bonita. Todas eran pequeñas, porque el libro era breve. Una era azul y de caja cuadrada. Otra, alargada (en horizontal) y estrecha. Una tercera, de color naranja. Todas parecían tomadas de los catálogos de esas esforzadas editoriales modestas e independientes que tan bien saben cuidar las obras que publican. Gonzalo iba sacando de su bolsillo cada una de ellas, sucesivamente. En distintos momentos del sueño -en el que también aparecía mi hijo- tuve ese libro en las manos, siempre en un formato distinto. No me acuerdo de mucho más. Ni de un solo verso. Bueno, sí, de que me enseñaba las traseras de su casa, un bloque que está al lado de otro donde uno vivió durante años. Nada que ver con la realidad. Los balcones estaban atestados de cajas y otros enseres. Venía a decirme que todo lo que tenía el edificio de aseado y lujoso por delante, lo tenía de penoso y desastrado por detrás. Acaso era una metáfora de la vida, no sé. De la de cualquiera. Gonzalo, ya se sabe, nunca da puntada sin hilo. Ahí están sus libros para confirmarlo.