Tras las antología de Jaccottet, Luzi y Manent, se publica en Voces sin tiempo (de la extremeña Fundación Ortega Muñoz) La voluntad de perdurar, que reúne poemas de Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926-Barcelona, 1995). La edición es de Jordi Doce, buen conocedor de la obra del poeta y traductor. En su espléndida introducción (que adjunta una bibliografía reciente), se nos explica que el volumen "no pretende sino ofrecer una
retrospectiva del primer tramo de la obra crespiana
mediante el prisma de su relación con el mundo
natural". Poemas de entre 1949 y 1964, acordes con el espíritu que alienta esta lenta colección donde aparece, inspirado en el paisajismo de Ortega Muñoz. Doce añade: "Ciertamente, no es un hilo temático elegido
al azar. Desde la publicación de Una lengua emerge
en 1950, Crespo se propone en gran medida la
exploración de un territorio geográfico –el paisaje manchego de su infancia y juventud– que es también
un territorio verbal: un dominio íntimo,
alzado con todo lujo de pormenores en un puñado
de libros (...), en el que se dan
la mano el impulso autobiográfico y el tono meditativo,
la memoria y la imaginación, la fe en el poder
de los símbolos y el uso magistral de la alegoría,
la fidelidad a los signos terrestres y la pasión por la
palabra". Más adelante leemos: "Crespo recuerda que fue a la vuelta de su servicio
militar en Marruecos, en el otoño de 1949, cuando,
refugiado en Alcolea de Calatrava, escribió los
primeros poemas de Una lengua emerge, que vería
la luz un año más tarde. Frente a Ciudad Real, la
ciudad del padre, Alcolea era el pueblo de su familia
materna, el enclave de una finca –la Cuesta del
Jaral– que el poeta siempre recordó como «mi
paraíso perdido»."
Como dijo José Francisco Ruiz Casanova (autor de una antología de Crespo publicada en Letras Hispánicas de Cátedra), "los primeros poemas de Una lengua emerge […] nacen en el paisaje, ahora interpretado, de Alcolea, en la nueva comunicación, y comunidad, estética con el Origen".
Se habla después del hilozoísmo, de la imaginación, de la naturaleza omnipresente, del extrañamiento, de los árboles y los animales...
"Estamos lejos de la asepsia –distante y distanciadora– de la contemplación. Los poemas de Crespo abundan en ruidos, olores, texturas, todo aquello que permite un acceso inmediato a lo real y confunde las lindes entre mundo y subjetividad, lo dado y lo pensado", concluye Doce. Y termina: "Si algo dejan traslucir estos poemas es el ansia inagotable de vida de su autor, entendiendo que su vida no se acaba en él, no es sólo la suya, sino también la de cuanto le rodea y alecciona. «Del pan que no he comido me arrepiento», escribe, y se percibe en esta confesión no pedida un deseo de estar a la altura del mundo y sus circunstancias. El yo, aquí, no es señal de egotismo, sino el dominio donde las cosas adquieren su presencia mejor, más duradera, preservándolas «con el tiempo, contra el tiempo». Detrás de esta idea alienta la fe de Crespo en la palabra –en su capacidad indagadora– y su creencia en la poesía como vía de salvación: ella será lo que reste de nosotros, y en ella, mediante la voz y la palabra, mediante el canto y la imaginación, quedará una huella viva de este mundo."
Los poemas, muy bien elegidos, vienen a justificar lo dicho. "Versos limpios", por usar palabras del autor, que dan a luz un mundo perdido, pero aún vivo. Mantienen su vigencia, por más que la naturaleza y el campo sean para muchos asuntos del más remoto pasado. Y ello porque el lenguaje de Crespo supo estar por encima de esas circunstancias vitales, de esas vivencias. Su riqueza, su precisión, permiten disfrutar de la mención y de su idea. Da gusto paladearlo. Tanto como a él debió de serle placentero escribirlo: "Me crié allí entre jaras, retamas, chaparros, aulagas, coscojas, romero, encinares, arzollos y campos de tomillo y espliego sin otra intimidad que la que establecí con los animales domésticos y con los silvestres. Me perdía, o más bien me aislaba, entre los matorrales espesos y los sembrados de cereales, a veces con un libro en la mano…"
La memoria rescata sin nostalgia (parece que todo sucede ahora) la infancia del poeta y vienen con ella la nieve, las piedras, las nubes... Y la cabra, el lobo, la yegua, las vacas, los ciervos... Y la siega. Y aquellos lugares donde fue feliz, como la finca la Cuesta del Jaral, que va en el título de un extenso poema en prosa.
Ángel Crespo es, me temo, uno de entre tantos poetas españoles excelentes que, sin embargo, no gozan del favor canónico y, no sé si por eso, de demasiados lectores. Nunca es tarde. Esta antología viene a demostrarlo. Los más jóvenes descubrirán a un poeta más que interesante. Incluso en estos versos juveniles, del todo logrados. Agradecemos a Jordi Doce su ejemplar edición y a Pilar Gómez Bedate, viuda del poeta, su entusiasmo y su fidelidad. Que la Fundación Ortega Muñoz apueste por la poesía también es digno de elogio. Gracias.
LA VOLUNTAD DE PERDURAR
La voluntad de perdurar
de todo lo que es frágil
canta en la avena loca, en las avenas
en cultos surcos, de amarillo armadas,
y canta en estos versos
que bajo el sol despegan,
se alzan –llegan ya al sol–
y abatidos, quemados, mis propios labios hieren.
Voluntad de lo frágil
frente a la tozudez hermosa de lo duro,
que el tiempo va minando
y reduciendo a débiles cenizas.
Así la roca alta
en la que sólo posan el águila y el cuervo
–y en no larga ocasión la mariposa–,
en diminutas piedras se redime
y se sublima en chinas, polvo y tenue
materia que mi lengua impregna mientras canto.
Suave polvillo por mi frágil verso:
voluntad imperiosa
de ser cuando la roca ya no sea.
Como dijo José Francisco Ruiz Casanova (autor de una antología de Crespo publicada en Letras Hispánicas de Cátedra), "los primeros poemas de Una lengua emerge […] nacen en el paisaje, ahora interpretado, de Alcolea, en la nueva comunicación, y comunidad, estética con el Origen".
Se habla después del hilozoísmo, de la imaginación, de la naturaleza omnipresente, del extrañamiento, de los árboles y los animales...
"Estamos lejos de la asepsia –distante y distanciadora– de la contemplación. Los poemas de Crespo abundan en ruidos, olores, texturas, todo aquello que permite un acceso inmediato a lo real y confunde las lindes entre mundo y subjetividad, lo dado y lo pensado", concluye Doce. Y termina: "Si algo dejan traslucir estos poemas es el ansia inagotable de vida de su autor, entendiendo que su vida no se acaba en él, no es sólo la suya, sino también la de cuanto le rodea y alecciona. «Del pan que no he comido me arrepiento», escribe, y se percibe en esta confesión no pedida un deseo de estar a la altura del mundo y sus circunstancias. El yo, aquí, no es señal de egotismo, sino el dominio donde las cosas adquieren su presencia mejor, más duradera, preservándolas «con el tiempo, contra el tiempo». Detrás de esta idea alienta la fe de Crespo en la palabra –en su capacidad indagadora– y su creencia en la poesía como vía de salvación: ella será lo que reste de nosotros, y en ella, mediante la voz y la palabra, mediante el canto y la imaginación, quedará una huella viva de este mundo."
Los poemas, muy bien elegidos, vienen a justificar lo dicho. "Versos limpios", por usar palabras del autor, que dan a luz un mundo perdido, pero aún vivo. Mantienen su vigencia, por más que la naturaleza y el campo sean para muchos asuntos del más remoto pasado. Y ello porque el lenguaje de Crespo supo estar por encima de esas circunstancias vitales, de esas vivencias. Su riqueza, su precisión, permiten disfrutar de la mención y de su idea. Da gusto paladearlo. Tanto como a él debió de serle placentero escribirlo: "Me crié allí entre jaras, retamas, chaparros, aulagas, coscojas, romero, encinares, arzollos y campos de tomillo y espliego sin otra intimidad que la que establecí con los animales domésticos y con los silvestres. Me perdía, o más bien me aislaba, entre los matorrales espesos y los sembrados de cereales, a veces con un libro en la mano…"
La memoria rescata sin nostalgia (parece que todo sucede ahora) la infancia del poeta y vienen con ella la nieve, las piedras, las nubes... Y la cabra, el lobo, la yegua, las vacas, los ciervos... Y la siega. Y aquellos lugares donde fue feliz, como la finca la Cuesta del Jaral, que va en el título de un extenso poema en prosa.
Ángel Crespo es, me temo, uno de entre tantos poetas españoles excelentes que, sin embargo, no gozan del favor canónico y, no sé si por eso, de demasiados lectores. Nunca es tarde. Esta antología viene a demostrarlo. Los más jóvenes descubrirán a un poeta más que interesante. Incluso en estos versos juveniles, del todo logrados. Agradecemos a Jordi Doce su ejemplar edición y a Pilar Gómez Bedate, viuda del poeta, su entusiasmo y su fidelidad. Que la Fundación Ortega Muñoz apueste por la poesía también es digno de elogio. Gracias.
LA VOLUNTAD DE PERDURAR
La voluntad de perdurar
de todo lo que es frágil
canta en la avena loca, en las avenas
en cultos surcos, de amarillo armadas,
y canta en estos versos
que bajo el sol despegan,
se alzan –llegan ya al sol–
y abatidos, quemados, mis propios labios hieren.
Voluntad de lo frágil
frente a la tozudez hermosa de lo duro,
que el tiempo va minando
y reduciendo a débiles cenizas.
Así la roca alta
en la que sólo posan el águila y el cuervo
–y en no larga ocasión la mariposa–,
en diminutas piedras se redime
y se sublima en chinas, polvo y tenue
materia que mi lengua impregna mientras canto.
Suave polvillo por mi frágil verso:
voluntad imperiosa
de ser cuando la roca ya no sea.