Es el cuarto libro de Raúl Pizarro (Jerez de la Frontera, 1973), maestro, tras Tiempo adverso (Premio de Poesía Antonio Machado), Caída hacia la luz. Notas de un diario (Adonais, Premio Florentino Pérez Embid) y Lo único que importa, que publicó La Isla de Siltolá. Éste aparece en Libros Canto y Cuento, el sello que dirige José Mateos.
Como casi todos los libros que he leído de esa colección, la de Pizarro es una poesía sencilla y amable, muy cercana a la realidad, de tono autobiográfico, que busca la sobriedad y la armonía. La música callada. Y la consigue, siquiera en forma de versos que uno escucha al oído como si de una íntima conversación se tratara. El amor, los sucesos cotidianos, sus hijas ("Autorretrato con niñas" es el primer poema del libro), lo que le pasa en el parque o en la playa, sensaciones y sentimientos que lleva al poema como leemos al final de "La piel gris": Pero vuelvo a casa, / al lápiz y al cuaderno, / e intento retenerlos". ¿Qué? Lo que acaba de ver: una nube, unas rocas, el reflejo del sol, "los detalles pequeños / -detalles de detalles- / me dejan sin palabras. / Y no las necesito". Pero que al final anota. Porque la poesía es, entre otras muchas cosas, eso: una manera de retener el tiempo. Un consuelo contra el injusto olvido.
Se plantea muchas preguntas. Como "¿Cuántas vidas dan forma a nuestra vida?", o "Por qué me cuesta tanto perdonarme?"
La segunda parte del libro es de tema romano. "Apartamento en Roma" se titula. Allí, la ciudad eterna y la belleza y el amor, no menos eterno. Y poemas tan logrados como "En la intemperie", que empieza: "Yo sé que existo porque espero".
Luminosa y tranquila me ha parecido la poesía de Pizarro, la de alguien que escribe: "Mientras se pierde el hombre en vaguedades / ver correr unas nubes / que cantan lo que soy".