Ángel García López
Castalia, Madrid, 2017. 65 páginas. 72 páginas.
«Entre el núcleo central de los autores del medio siglo (…) y la irrupción de los sesentayochistas, hay una zona ocupada por poetas en quienes se confunden, penetrándose recíprocamente, rasgos de unos y otros: por un lado, moralidad, conocimiento, revelación, elegía; por otro, desbordamiento imaginativo, esteticismo, relativa autonomía lingüística. Situado entre ambos polos de atracción, pero también conectado por voluntad estética a diversas corrientes de preguerra y primera posguerra, se encuentra Ángel García López, nacido en Rota, Cádiz, en 1935». Estas palabras de Ángel L. Prieto de Paula ubican a este autor, que, contra lo que suele suceder, decide cerrar por voluntad propia su largo proceso creativo (jalonado con premios importantes como el Adonais, el Nacional y el de la Crítica) con Cuando todo es ya póstumo. Tres volúmenes reúnen su Obra poética (2009), aunque, con éste, sean seis los libros que ha publicado desde entonces. De su presunta facilidad para escribir, mezcla singular de inspiración y oficio, es buena muestra este libro torrencial, en lo que atañe a los sentimientos y a las emociones, así como al lenguaje; en lo sustancial, exuberante y barroco, compuesto en versículos, de suntuoso vocabulario y ritmo enfático, consecuencia directa de un uso particular de la métrica y la sintaxis. Un canto fragmentado en otros catorce donde Emilia, su mujer, dedicataria in memoriam de la obra, regresa tras su muerte en forma de elegía.
La memoria (“el cortejo febril de la memoria”) es un elemento clave, claro está, en el libro. Recuerdos que recuperan tiempos pasados en un paisaje concreto, el de su Cádiz natal; una geografía particular poblada de lugares simbólicos descritos minuciosamente: Masnive, Salvatecas, Albatín, Maifora… “Recorro lo que transitaba con ella”, leemos. Lugares habitados por flores, árboles y pájaros que el observador conoce al detalle. Nombres que aportan, ya se dijo, opulencia al lenguaje. Y exactitud, en tanto que trazo de estilo.
La amada, cuerpo y alma, lo centra todo aquí: “desde ti gravitaba”, escribe. Celebración y dolor, completud y vacío, acompañamiento y soledad, diálogo y monólogo, palabra y silencio se alternan en este relato de la desolación que, siquiera a ratos, también lo es del entusiasmo.
“Escindida hoy del mundo, / tu muerte a mi palabra ha dejado sin nido. Tú eras ella, voz única. / La que ahora, conclusa, sepultada en lo mudo, es ceniza contigo”. Así concluye este lamento, digno punto final para una obra llamada a perdurar.
“Escindida hoy del mundo, / tu muerte a mi palabra ha dejado sin nido. Tú eras ella, voz única. / La que ahora, conclusa, sepultada en lo mudo, es ceniza contigo”. Así concluye este lamento, digno punto final para una obra llamada a perdurar.
Javier Vela
Fundación José Manuel Lara. Vandalia, Sevilla, 2017
Javier Vela (Madrid, 1981, aunque vinculado a Cádiz, donde dirige la Fundación Carlos Edmundo de Ory) es autor de Aún es tarde, La hora del crepúsculo (Premio Adonais), Increado, el mundo, Tiempo adentro, Imaginario (Premio Loewe a la Joven Creación), Ofelia y otras lunas (Premio Ciudad de Córdoba) y Hotel Origen. Llega Fábula, un libro breve pero muy bien trabado que el autor ha dividido en seis partes. Se abre con una más que elocuente cita de Wallace Stevens: “La poesía es la ficción suprema”. Sobre esa base, la del “carácter falsario de la memoria” y la manipulada “noción de verdad”, Vela levanta su obra. Y lo hace en forma de prosa, aunque a uno le parezcan más bien versículos, siquiera sea por el tono hímnico y hasta épico que a veces alcanza sin que falte lo inspirado y surrealizante. En “Correspondencias”, los referentes de ese discurso son el cine y la televisión (de series como Perdidos o Juego de tronos: “Visión en Roca Casterly” es el título de uno de los mejores poemas del conjunto). En “El país de Amara”, nombre de la protagonista de la historia amorosa de su penúltimo libro, leemos: “Pero el amor no basta: haced sitio al amor”. Lo atlántico y lo mediterráneo se funden en “El Sur”, donde irrumpe lo civil. En poemas como “Esperando a los bárbaros” (“Es la hora de los dioses pequeños”) o “Campo del Sur”. “Retrato de familia” es acaso la parte más lograda del libro. O la más sustancial. También la más explícita. Ahí, “Pequeñas sediciones” (“hay tanta gente sola / seria perdida mustia”), “Retrato de familia”, “Cuando éramos mayores”: En un país de viejos tatuados y ancianas esponjosas malograrán su vida nuestros hijos”. En “Habla el fabulador”, la más autobiográfica, se atiende al asunto de la identidad movediza: “por qué no ser también / lo que no somos?” En “Invocaciones”, por fin, “es la escritura misma la que se convierte en el objeto de la enunciación”, algo muy stevensiano: “Escribir, escribir, como si camináramos / por un hilo invisible / para buscar a tientas el corazón del otro”.
Nota: Las reseñas de estos libros de García López y Vela se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 30 de junio.