Piedad Bonnett
Lumen, Barcelona, 2016. 488 páginas.
Visor, Madrid, 2017.
56 páginas.
La colombiana Piedad Bonnett (Amalfi,
Antioquia, 1951), autora de novelas, ensayos y obras de teatro, es una poeta de
sobra reconocida en el panorama de la poesía hispanoamericana. Sus últimos libros
están publicados en España, donde ha obtenido los premios Casa de América y
Generación del 27, por Los habitados.
Pertenece a una larga estirpe de mujeres que desde ultramar han enriquecido la lírica
de nuestro idioma. Es lo que vienen a demostrar las casi quinientas páginas de
versos, sin prólogo ni anotación alguna, reunidas en este volumen,
pertenecientes a sus libros: De
círculo y ceniza (1989), Nadie
en casa (1994), El hilo
de los días (1995), Ese animal triste (1996), Todos los amantes
son guerreros, (1998), Las tretas del débil (2004),
Lección de anatomía (2006), Las herencias (2008) y Explicaciones
no pedidas (2011).
A pesar del amplio periodo de tiempo que abarca y del marcado carácter
sentencioso de sus poemas más recientes, la poesía de Bonnett mantiene un tono
uniforme, de línea clara (a lo Larkin), y abunda en los mismos temas u
obsesiones: el paso del tiempo (de aire machadiano), la infancia, su familia
(padre, madre, abuela, hermana e hijos) y la casa (el ámbito doméstico de esas
relaciones), el amor (y el inevitable desamor), el miedo (y la noche), el dolor
(“qué hacer con el dolor dónde ponerlo”), la enfermedad y la muerte
(“Apelación”)... En este sentido, el libro (de libros, pero único) carece de
rupturas significativas, algo que el lector aprecia a medida que avanza por la
autobiografía de su autora (“la suma de lo que ahora eres”) que, en tanto que
mujer, no esconde ni artistiza
sentimientos o situaciones, sino que las describe de modo directo, atendiendo a
lo que su maestro Eliseo Diego definiera como “conversación en la penumbra”,
esa manera de decir en voz baja y en tono confidencial, con una naturalidad que
acentúa su esencial vitalismo.
De lo cotidiano y sus azares, del urbano, real (y mágico) transcurrir
diario, es de donde bebe la poesía intuitiva pero exacta de Bonnett; que es,
ante todo, una forma de mirar. Todo comienza en la mirada. Y, claro está, sigue
por el lenguaje (“la poesía viene y reside en el lenguaje”, ha dicho). Sin ser complicada,
algo le debe su sintaxis a la atenta lectura de César Vallejo. La sutileza
recuerda a Blanca Varela. El ritmo narrativo, tan detallista y fotográfico, es
propio de una lectora de Proust.
El cuerpo, lo anatómico, están muy presentes, y, ya ahí, el sexo y el
erotismo. Como, pues que de experiencia hablamos, la violencia de su país natal.
Un hecho luctuoso, el suicidio de su hijo Daniel en Nueva York a los 28
años, está en el origen de su novela Lo
que no tiene nombre, pero es también la sustancia de Los habitados. Lo primero que llama la atención, sobre todo en los
poemas de la primera parte, es el lenguaje, que cambia para adaptarse a la
tragedia que se ha de expresar. Es hipnótico, lleno de metáforas, onírico.
“Todo es adentro aquí”, leemos. En esta “oscuridad de pozo” donde el miedo, la
noche y la locura sobrevuelan por encima del diálogo entre madre e hijo. En
“Noticias de casa”, la segunda parte, dedicado a su memoria, vuelve a él. Al
niño, a su maleta, a sus manos (“Yo sabía tus manos de memoria”), a la cocina
(que “puede ser un mundo”), al aniversario, a “la cicatriz”, al último instante
(“Quién vio lo que no vi”). “Ahora que ya no / ahora que nada”. Pide, por fin,
al dolor “que persevere”: “Para que no te mueras doblemente”.
Luis
Arturo Guichard
Hiperión,
Madrid, 2017. 78 páginas.
Guichard, mexicano de 1973, profesor en Salamanca, traductor
del griego y ensayista, ha reunido su poesía publicada hasta 2012 en Una fe provisional y Realidad y márgenes.
“¿A dónde va aquello que olvidamos?”, se
pregunta Eduardo Chirinos en uno de los epígrafes iniciales de este libro. En otro,
del diario médico de Alzheimer, se alude a la enfermedad que padece su madre,
protagonista de una obra donde, aunque el olvido y las pérdidas sean lo
central, el poeta aborda problemas que tienen que ver con la propia vida de
quien escribe. Lo especifico porque acerca de la escritura se reflexiona no
poco en estos poemas de tono coloquial (con toques de humor y, claro, de
tristeza) que forcejean, digamos, entre el versículo y la prosa.
A pesar de sus continuas referencias
literarias, destaca la imaginación, tanto en lo que a las imágenes (“Todo
sucede a imagen y semejanza de la mirada”) y metáforas se refiere (como la del
“jardín cerrado” del famoso cuadro de El Bosco), cuanto la verbal, por más que
evite el aspaviento; así, cuando califica a su madre de “limbeña”. La memoria
también tiene aquí mucha importancia, en especial la familiar; la infantil del
niño que fue.