No soy amigo de los libros grandes, lujosos, editados espléndidamente en caro papel cuché o en cualquier otro de calidad semejante. Los que mezclan fotografías y textos, por ejemplo. Me resultan incómodos de manejar por sus dimensiones y el excesivo peso. No se pueden sacar de casa. Su fin suele ser el regalo. A las instituciones les encantan. Recuerdo un caso reciente donde, como suele ocurrir, el gasto no compensaba el resultado. Libros de encargo con textos previsibles e insustanciales, de relleno. Cuando son catálogos de exposiciones, la cosa a veces cambia. De una surge el que tengo delante, publicado por la Diputación de Soria, donde se reúnen, en perfecto equilibrio, la sugerente obra del fotógrafo Alejandro Plaza y la acerada poesía del también soriano Fermín Herrero, ganador del último Premio de la Crítica y ya veremos, suele haber dobletes, si del Nacional. Nada de lo dicho anteriormente sirve para este volumen. Por la tierra oscura. Belleza y tiempo es su título, palabras al amor de Virgilio y de Dante. Más allá de la maquetación y del diseño (un acierto de Lola Gómez Redondo), de sus amplias dimensiones, la sobriedad castellana es aquí ley y brilla por encima de cualquier otra consideración. Porque las fotografías son en blanco y negro (para mi gusto, las mejores) y porque los poemas son sustanciales y necesarios, como los que contiene cualquier otro libro de Herrero, un virtuoso de la poesía, digamos, natural. Al fondo, el norte de Soria. La Sierra. Las personas y el paisaje. Una forma de ser que se traduce en dos maneras genuinas de mirar y de escribir. La memoria y, todavía, la visión. De un mundo que o ha desaparecido (y que rescatan los versos herrerianos) o está a punto de hacerlo (pero que permanece en el objetivo de Plaza). Allí, sí, la belleza y el tiempo.
En mente, y a debida distancia, dos libros mayores: Elogiemos ahora a hombres famosos, el de James Agee sobre fotos de aparceros de Alabama de Walker Evans durante la Depresión y Otra manera de contar, el de John Berger sobre fotos de Jean Mohr de campesinos de la Saboya.
Las imágenes, insisto, son hermosísimas (aquí texto y fotos se justifican por sí mismos), con un singular aire de época. Así, los retratos de muchachas. Una atmósfera que captan los breves poemas de Herrero (joven entonces), la mayor parte de cuatro versos, al modo de los jué jù chinos, según nos cuenta su autor. Entre el gozo, la nostalgia y la melancolía. Para muestra...
La rojiza aspereza del adobe
guarda la claridad hasta la entraña,
tiene muy buena encarnadura
para cicatrizar la sombra, las heridas.
No hay mirada sin barda
ni lontananza que no escape
a la pupila. No puede decirse
lo mismo del futuro, nos conoce.