César Antonio
Molina
Tusquets,
Barcelona, 2017. 168 páginas.
El profesor,
periodista (director de Culturas de
Diario 16), crítico y gestor cultural (ministro de Cultura, director del Cervantes)
César Antonio Molina (La Coruña, 1952) es autor de los libros de poesía Las ruinas del mundo (que reúne sus primeras
entregas), Para no ir a parte alguna,
Olas en la noche, En el mar de ánforas, Eume y Cielo azar, así como de la antología El rumor del tiempo.
Ni novísimo ni de los 80, Molina es uno de tantos poetas sin generación que ha
sabido ir por libre a costa de levantar, eso sí, una obra muy personal. Prueba
de ello es este libro que viene a condensar lo mejor de su manera de decir,
cuando las enseñanzas de la edad y sus asedios ya son ineludibles. Un libro que
conecta, directamente, con sus “memorias de ficción”, publicadas por Destino.
El culturalismo, allí y aquí, es santo y seña de la escritura de Molina, culta y
enciclopédica por excelencia, en diálogo permanente con la literatura y la
filosofía. Ajena a las modas.
Después del
viaje, el de la vida, ha llegado el momento de volver “a casa”, expresión que
aparece en las dos citas que abren la obra que comentamos, de Song Zhiwen y
Wiliam Carlos Wiliams. Aunque “nadie que se encuentre como en casa está en casa”.
Porque “aquello que nos retiene es el lugar”. Viajes y lugares configuran, por
eso, estos poemas de versos encabalgados y suntuosos, la mayor parte extensos,
meditativos, de tono fragmentario, unas veces narrativo y otras inspirado, a
menudo hímnico, que no desdeñan el recurso del monólogo dramático ni al afilado
aforismo, donde solemos encontrar uno o dos versos que se repiten a lo largo de
la composición, a modo de estribillo, para darles unidad, pero donde tampoco
falta la alargada sombra de la melancolía. Es una de las paradojas que el
lector encontrará a lo largo de su lectura, esto es, en su camino. Un camino
que nos lleva a distintos sitios de Europa, como Berlín, Roma, Flandes, Nápoles,
París o Cracovia, además de a Japón, Alejandría, Palma o Washington. También a
su natal tierra gallega. Un paseo ante todo urbano. A rachas, fluvial: por el
Danubio, el Tíber, el Drina...
Dos asuntos
ocupan no pocos versos de estos cantos: el de la reflexión sobre la poesía y
los poetas y sobre el amor (“un dolor que nunca se aplaca”) y el erotismo. Y
sobre el discurrir del tiempo y la incipiente vejez que antecede a la muerte.
De la vida (que es “pura invención”, “ruina de un sueño”, “un milagro”).
También, como se ha dejado entrever, de la identidad, que se abre paso entre lo
testimonial y lo memorialístico.
Molina es un
extranjero en todas partes, “en ningún lugar y en todos al mismo tiempo”, que
ve lo que ocurre desde la calle o desde balcones de hotel. El contemplador de
la belleza (“monstruo enorme”), ya sea de los edificios o de las muchachas. “Los
poemas son mapas”, dice. Para encontrarnos.
Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes, 16 de febrero, en El Cultural.
Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes, 16 de febrero, en El Cultural.