9.4.18

Gastón Baquero: al rescate


Gastón Baquero
Edición de Carlos Javier Morales
Visor, Madrid, 2016. 230 páginas. 

Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914-Madrid, 1997) no ha dejado de ser un poeta secreto. Exiliado en la España de Franco tras la caída de Batista, ni sus ideas ni su poesía llegaron nunca a encajar con el gusto dominante, aunque no le faltaran sólidos defensores: Brines, Castelo, José Olivio Jiménez… De su etapa cubana cabe destacar su vinculación a la revista Orígenes, donde coincide con Lezama (que consideró el acontecimiento más decisivo de su vida). “Son los años del hombre ilustre y conservador (…) que continúa llevando su íntima homosexualidad con la discreción que siempre la llevó”, según Luis Antonio de Villena, otro de sus valedores, que le calificó como “alto, simpático y mulato”. Al llegar al Madrid de los sesenta, los poetas sociales del momento no aceptaron, ya digo, ni su talante conservador ni su poética y pasó a una situación de paulatino apartamiento del que da fe una impresionante fotografía que le hizo Lejarcegi en 1994. Creía que la escritura era “tarea íntima y oculta”. Para una “minoría”. A ella se dirige esta antología que ha editado Carlos Javier Morales. Sorprenderá a más de uno. Lo anticipa el antólogo, que define su obra como “una de las expresiones más originales y lúcidas de la lírica contemporánea en lengua castellana”. Su mundo es, sí, “fascinante”, y su voz, original y única. Sus versos están reunidos en Poesía completa (Verbum, 1998). Practicó la sabiduría de no-saber (“Yo no sé”). La del niño, la del inocente. “Él solo es testigo de lo que se ve”, dice Morales. Y Baquero: “Dar realidad a lo tenido hasta el momento por inexistente, es la función mayéutica de la poesía”. Su moral de solitario queda resumida en “todo lo hermoso ha de ser bueno”. Le interesaba el “estoicismo de la belleza” e “inventar, fabular”.
La selección es un acierto. Ya en Poemas (1942), su ópera prima, encontramos una de esas extensas composiciones que le confirman como un poeta admirable y necesario, injustamente preterido: “Palabras escritas en la arena por un inocente”, con Shakespeare al fondo: “Yo no sé escribir y soy un inocente”, “en verdad soy solamente un niño”, “Yo soy el más feliz de los infelices”, “la vida no es sino una sombra errante”. O la que da título a su segundo libro, “Saúl sobre su espada”: “Solo solemne muerto”. La historia, lo legendario, el exotismo, la mezcla de lo épico y lo lírico, recuerdan a veces a Cavafis. A ratos, parece un novísimo. Llegan después “Testamento del pez” (la ciudad y la muerte), “Memorial de un testigo” (que da título a un libro fundamental, del 66): “Yo estaba allí”. Donde la música. Para él, vital. Escribió canciones, pavanas, madrigales, himnos… Sugirió incluso qué escuchar mientras se leían sus poemas. Personajes de sus monólogos dramáticos, Mozart y Bach, Wilde y Whitman, Vallejo y Rilke (“Silente compañero”), Nefertiti y Cleopatra. Y otros clásicos y bíblicos. En Egipto, Roma o Viena. Fue de verdad viajero y cosmopolita.
En “Discurso de la rosa en Villalba” da otra vuelta de tuerca a un tema eterno. En Magia e invenciones (84) está “Retrato”, el extraordinario “Marcel Proust pasea en su barca por la bahía de Corinto”, el delicioso “Brandenburgo, 1526” (donde apreciamos su sesgo narrativo), “El galeón” (y su permanente condición isleña y tropical), “En la noche, camino de Siberia” (donde el anticastrista hace decir a Stalin: “¡Toma poesía!, ¡toma decadencia!, ¡toma putrefacta Europa!”)… Los suyos eran unos “memoriosísimos ojos sedientos de mundo”. Soñó lo que vivía. Tras algunos “poemas invisibles”, cierra la muestra “El río”, donde queda patente su actitud de asombro ante el misterio.

Retrato

Ese pobre señor, gordo y herido,
que lleva mariposas en los hombros
oculta tras la risa y el olvido
la pesadumbre de todos los escombros.

Él dice que lo tiene merecido
porque aceptó vivir, que no hay asombro
en flotar como un pez muerto y podrido
con la cruz del vivir sobre los hombros.

Cenizas esparcidas en la luna
quiere que sean las suyas cuando eleve
su máscara de hoy. No deja huellas.

Sólo quiere una cosa, sólo una:
descubrir el sendero que lo lleve
a hundirse para siempre en las estrellas.