El martes nos fuimos a Monfragüe. Cuarenta y ocho críos, una maestra y dos maestros. El recorrido: Villarreal (taller de cuernos y documental), Salto del Gitano (visión de buitres y cigüeñas negras, entre otras aves), subida al castillo (qué vistas desde el torreón y cuánta agua en el Tajo) y bajada por la umbría hasta la Fuente del Francés. Poco calor, bastante viento y ningún percance. Comimos en Villarreal (mejor el camarero que la comida) y vuelta a casa.
El miércoles tuvimos de invitado en nuestra biblioteca escolar a Juan Ramón Santos, que dio a los cuarenta y ocho una amena charla sobre los libros y la lectura ilustrada con anécdotas personales. Su cercanía, discreción y sencillez siempre ayudan, más a esta gente pequeña que, por suerte, todavía lee. También su pasión por los libros, por matizada que parezca. Al fin y al cabo él ha escrito una obra lograda sobre la iniciación lectora: El tesoro de la isla.
Porque soy nervioso y porque desde hace años como solo, sé cómo despachar ese trámite deprisa. Vamos, no sé hacerlo despacio. De ahí que a las tres menos cuarto ya estuviera en el coche camino de Miajadas. Di la vuelta por Navalmoral. A favor de la autovía y porque ya había atravesado (o casi) Monfragüe el día anterior. Tras dar con el sitio (pocas veces ha entrado uno en esa villa tan grande, capital europea del tomate), tuve tiempo de tomar un café en un kiosco que está junto al consistorio. Hice el viaje, cosa rara en mí, con sueño, y es que el calor era de siesta veraniega. En el precioso Palacio Obispo Solís, donde se celebraban las VII Jornadas de Literatura Infantil y Juvenil (en esta edición, como se puede comprobar en el libro que publican, han pasado por allí, entre otros, Irene Sánchez Carrón, Pilar Galán, Fermín Solís y Alonso Guerrero), coincidí con los profesores Barcia, Tena y Soto, del LIJ de la Universidad de Extremadura, organizadores del asunto para el Ayuntamiento de Miajadas. Y con José Luis Bernal, mi compañero de intervención. Lo resolvimos, según lo previsto, conversando. Sobre la poesía en Extremadura a lo largo de las últimas décadas, la lectura, la parapoesía, la didáctica y, en suma, el fervor por los versos que ambos profesamos. Habíamos elaborado un guión aproximativo, pero la charla fue improvisada, en el mejor sentido, y, por eso, natural. Una cosa nos fue llevando a otra y cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos sobrepasado el tiempo previsto. Disfrutamos nosotros (tal vez teníamos esta conversación aplazada) y, al parecer, los asistentes. El modelo gustó y pretenden repetirlo. Funciona, pero siempre y cuando los que dialoguen sean personas que se conozcan bien. En las presentaciones de libros, por ejemplo. Recuerdo una experiencia semejante con Jordi Doce, cuando dimos a conocer Un centro fugitivo en Plasencia. O en Salamanca con Gonzalo Hidalgo, durante la Feria del Libro. O con Miguel Ángel Lama en la biblioteca de Cáceres, cuando Tánger. Estoy por proponer a José Luis que formemos un dúo lírico, lo mismo nos contratan por ahí. Ya en serio, lo mejor es charlar con alguien que sabe mucho. Y mucho más que tú. Esa es la clave.
El jueves (cuando escribo esto) tampoco ha sido un día tranquilo. Nunca había intervenido en mi propio colegio como escritor. Ni en este ni en ninguno de los que he trabajado, preciso. Siempre he sido Álvaro o don Álvaro, depende, y punto. Sin embargo, una compañera, Teresa Antúnez, ha conseguido convencerme esta vez de lo contrario. Iba lleno de prevenciones. Con poco entusiasmo, dijo ella al verme la cara. La experiencia, no obstante, ha sido de las más intensas y positivas de mi vida de charlista ocasional. Y no sólo. Casi dos horas que se han pasado volando, la mejor señal. Los alumnos de 6º B -los de Teresa- habían leído mis poemas y tenían preparadas sus preguntas. Sensatas, inteligentes, oportunas... Los del A, los míos, a los que más temía (hablo de unos pocos, a los que les encanta llamar la atención), se vieron sorprendidos por una situación imprevista y se portaron estupendamente. Pocas veces los he visto más atentos. Alguno se atrevió incluso a improvisar una pregunta. Me trataban de usted, cosa inusual en ellos. He leído un poema. Lo demás ha sido conversar con los críos en un tono, diría, confidencial. He contado cosas que nunca había relatado. Hasta una primicia que callo. El clima se prestaba a ello. Soy, sí, el primer sorprendido. Al terminar me han regalado una libreta comprada en su excursión al Reina Sofía. Todo un detalle que agradezco.
Ya lo dice la citada Pilar Galán en su columna semanal del Extremadura: "Los que dan de leer. Los que importan. Los que celebran el día del libro todos los días del año". "Los profesores, los maestros (no siempre de lengua) los bibliotecarios, los responsables de clubes de lectura, los participantes". Sí, porque, como explicaba Bernal en Miajadas, lo de leer es lo único que de verdad importa. Y no me refiero a estos saraos ocasionales ni a la literatura tan siquiera. Es la vida lo que nos va en la lectura. Y lo sabemos, tanto los que leen como los que no.
El jueves (cuando escribo esto) tampoco ha sido un día tranquilo. Nunca había intervenido en mi propio colegio como escritor. Ni en este ni en ninguno de los que he trabajado, preciso. Siempre he sido Álvaro o don Álvaro, depende, y punto. Sin embargo, una compañera, Teresa Antúnez, ha conseguido convencerme esta vez de lo contrario. Iba lleno de prevenciones. Con poco entusiasmo, dijo ella al verme la cara. La experiencia, no obstante, ha sido de las más intensas y positivas de mi vida de charlista ocasional. Y no sólo. Casi dos horas que se han pasado volando, la mejor señal. Los alumnos de 6º B -los de Teresa- habían leído mis poemas y tenían preparadas sus preguntas. Sensatas, inteligentes, oportunas... Los del A, los míos, a los que más temía (hablo de unos pocos, a los que les encanta llamar la atención), se vieron sorprendidos por una situación imprevista y se portaron estupendamente. Pocas veces los he visto más atentos. Alguno se atrevió incluso a improvisar una pregunta. Me trataban de usted, cosa inusual en ellos. He leído un poema. Lo demás ha sido conversar con los críos en un tono, diría, confidencial. He contado cosas que nunca había relatado. Hasta una primicia que callo. El clima se prestaba a ello. Soy, sí, el primer sorprendido. Al terminar me han regalado una libreta comprada en su excursión al Reina Sofía. Todo un detalle que agradezco.
Ya lo dice la citada Pilar Galán en su columna semanal del Extremadura: "Los que dan de leer. Los que importan. Los que celebran el día del libro todos los días del año". "Los profesores, los maestros (no siempre de lengua) los bibliotecarios, los responsables de clubes de lectura, los participantes". Sí, porque, como explicaba Bernal en Miajadas, lo de leer es lo único que de verdad importa. Y no me refiero a estos saraos ocasionales ni a la literatura tan siquiera. Es la vida lo que nos va en la lectura. Y lo sabemos, tanto los que leen como los que no.
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