Jaime Siles
Visor, Madrid, 2018.
Jaime Siles (Valencia,
1951) es poeta, filólogo, ensayista, crítico, traductor y catedrático de Filología Clásica de la universidad de su ciudad
natal. Su carrera académica ha sido tan exitosa como su trayectoria poética,
jalonada con distinciones y premios como los de la Crítica, Ocnos, Loewe,
Generación del 27, José Hierro, Ciudad de Torrevieja, Tiflos y, ahora, Gil de
Biedma.
Entre sus libros de poesía destacan
Génesis de la luz, Biografía sola, Canon, Alegoría, Música de agua, Columnae, Semáforos,
semáforos, Himnos tardíos, Pasos en la nieve, Colección de tapices, Actos
de habla, Desnudos y acuarelas y Horas extra. Resulta llamativo que aún
no haya agrupado sus versos, por más que en 1992 diera a la imprenta Poesía 1969-1990.
Poeta precoz y prolífico, a Siles
se le considera, Castellet al margen, un novísimo
y, a decir verdad, su poesía incorpora no pocas de las características que se
atribuyen a ese grupo; el culturalismo,
por ejemplo, mezcla perfecta de vida y arte.
En una entrevista reciente,
reconocía que la propia identidad y la relación con el lenguaje “ha sido uno de
mis temas favoritos”. “Mi escritura -como mi yo, si es que éste existe-
es un producto del Lenguaje”, agregaba. Sí, Siles es un poeta del lenguaje y de
ello es buena muestra este libro breve y denso con voluntad de testamento. En el
lúcido prólogo afirma que “la vejez carece de futuro”, si bien la Antigüedad
Clásica “lo tiene asegurado”. Alude luego al tiempo, una de las claves de esta
obra, “un espejo, casi simultáneo, en el que poderse, aunque sea muy
pálidamente, percibir”. Añade que “el yo de
estas páginas no es un alter ego”. Se
refiere después a “las voces que conforman esta plural persona poética”. Las
que “objetivan un modo y un mundo de ficción: el mío propio”. Estamos ante un
“testimonio” en verso de “fidelidad y amor a la Filología Clásica”. A Grecia.
Ante un “homenaje”. Se trata, en suma, de un libro de “ficciones y figuras” que
pretende interiorizar la “vivencia de aquel mundo como lo imaginé”. Diecisiete
poemas extensos lo componen. En el primero, tiene dieciséis años y lee la Iliada (“Cóncavas naves navegan por mi
mente”). Relee a los sesenta y cinco y concluye: “Todo está dicho -muy bien
dicho- allí”. “Sólo como ficción el ser perdura”.
Llega después la
Odisea y de nuevo la identidad: “¿Me llamo Ulises o me llamo Nadie? ¿Existí alguna vez?”. Y Troya,
esa guerra incesante; Mnamón el memorioso y Phoinikastas; Meránides (“La vida
está hecha de instantes”); el héroe Belerofonte (otro relato hecho poema, donde
leemos: “Todos lleváis -como yo- / escrita vuestra muerte, y es mejor no
aplazarla: el tiempo puede ser una dádiva, pero nunca es un don”, y: “el
miserable destino de los hombres, que es uno y siempre el mismo / y consiste en
morir”, o: “pensamos allí en todo lo vivido / y en lo poco que nos quedaba por
vivir”); Antístenes el cínico, al que Caronte desmemorió; Epiménides, que vio
Justicia y Verdad; Cínidas y el yo que “es lo único / que hay que olvidar”; sofistas
(“verbalizar el universo es el único modo / en que podemos pensarlo y
poseerlo”) y filósofos (“la lengua griega / es la única que permite pensar”);
la erótica de la belleza, ese misterio; Aristón y las metáforas (vivir lo es,
¿y la muerte?)... La respuesta tal vez esté en “Examen”, que expresa la fe en
la transmisión del conocimiento y su posterior continuidad en los jóvenes: “Vida
y muerte son un solo y mismo texto. Nosotros lo leemos sin saber para qué”. “Solo
somos su pausa”.
Nota: Esta reseña se publicó en El Cultural el pasado viernes 8 de febrero.
SOBRE UN INSTANTE GRIEGO
¿Hay un momento más hermoso y único en la historia
que aquel en que los griegos de la Anábasis, drakuontes,
“con lágrimas en los ojos”, pudieron ver por fin el mar?
Pienso que no, aunque quiero creer que hubo,
hay y habrá otros muchos instantes como aquel.
Esos momentos son los que, con más entusiasmo
y pasión debemos recordar. Aprendemos en ellos tantas cosas:
estuvimos allí antes de tener nosotros existencia y seguimos
y seguiremos estando y asistiendo como testigos siempre
a su mágica y coral intensidad. Lo profundo del tiempo
allí se manifiesta, y la verdad del ser humano se nos da.
En un momento u otro de la vida todos somos partícipes
de su misma alegría y sentimos dentro de nosotros
aquella mágica y coral intensidad que Jenofonte narra.
SOBRE UN INSTANTE GRIEGO
¿Hay un momento más hermoso y único en la historia
que aquel en que los griegos de la Anábasis, drakuontes,
“con lágrimas en los ojos”, pudieron ver por fin el mar?
Pienso que no, aunque quiero creer que hubo,
hay y habrá otros muchos instantes como aquel.
Esos momentos son los que, con más entusiasmo
y pasión debemos recordar. Aprendemos en ellos tantas cosas:
estuvimos allí antes de tener nosotros existencia y seguimos
y seguiremos estando y asistiendo como testigos siempre
a su mágica y coral intensidad. Lo profundo del tiempo
allí se manifiesta, y la verdad del ser humano se nos da.
En un momento u otro de la vida todos somos partícipes
de su misma alegría y sentimos dentro de nosotros
aquella mágica y coral intensidad que Jenofonte narra.