Ahora que ha muerto mi paisano José Antonio García Blázquez, rescato las notas que preparé para la presentación de Amigos y otras alimañas. A modo de homenaje.
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José Antonio García Blázquez nació en 1940 en
Plasencia. Ha desarrollado gran parte de su vida profesional en países
extranjeros, como traductor en organismos internacionales.
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Su primera novela es de 1966: Los diablos, donde intentó sacar a la
narrativa española del realismo social en que se encontraba, a la que seguiría,
con más éxito aún de crítica y público, No
encontré rosas para mi madre (1968), de la que incluso se hizo una versión
cinematográfica interpretada por Gina Lollobrigida y Concha Velasco.
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Las novelas que publica en los años 70
demuestran cómo García Blázquez madura su narrativa hasta consolidar un estilo
muy personal. Fiesta en el polvo
(1971) es su primera novela en esa década. Le sigue El rito (1974), quizá su obra más famosa, y merecedora en 1973 del
Premio Nadal. En 1976 publica Señora
Muerte, otro de sus títulos imprescindibles.
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Las décadas siguientes, ya con su nombre
consolidado como uno de los autores españoles más singulares de la segunda
mitad del siglo XX, son también fructíferas: Rey de ruinas (1981), La
identidad inútil (1986), Puerta
secreta (1993) y El amor es una
tierra extraña (1996).
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La identidad inútil. (La Centena) y La costumbre de matar están publicadas en la Editora
Regional.
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Acaba de publicar La soledad del anfitrión, una novela que tiene como trasfondo el
Londres que José Antonio conoció en los años sesenta, cuando salió de esta opresiva
ciudad amurallada para encontrarse con el mundo.
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Ha sido traducido a distintos idiomas y sus
novelas han sido objeto de estudio y tesis en universidades españolas y
extranjeras, especialmente en Italia y Alemania.
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Amigos y
otras alimañas de José Antonio García Blázquez inaugura una nueva colección
de la Editora Regional de Extremadura: PLURAL. Un espacio editorial dedicado a
diferentes géneros (narrativa, ensayo, memorias…) y que pretende convertirse en
referente no sólo regional, sino también nacional e internacional: por ello
albergará, además de algunos títulos fundamentales de la literatura hecha en
Extremadura, obras ineludibles de la portuguesa y latinoamericana.
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En esa misma colección, como número dos, ha aparecido
el libro de otro placentino, José Antonio Gabriel y Galán.
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En este nuevo siglo, el universo narrativo de
José Antonio García Blázquez, uno de los clásicos vivos de nuestra Comunidad,
revive, tal vez con más fuerza y nitidez, en Amigos y otras alimañas, en la que reaparecen temas y personajes ya
familiares para sus lectores.
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Con una diferencia, eso sí: no utilizando su
medida narrativa habitual, la novela, sino el cuento o el relato corto; que
también había ultizado, por cierto.
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El
libro de García Blázquez se divide entre los textos breves y heterogéneos y los
de "mayor aliento", que son o parecen embriones de novelas muchas
veces.
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Esto
se acentúa más aún en todos los relatos de la segunda parte,
"protagonizados" por Diego, que es el hilo conductor de todos ellos.
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Esta
segunda parte es casi una novela en sí misma. De hecho, alguien ha dicho que
Blázquez ha construido una novela, aún inédita y titulada Que nadie despierte a partir de esta segunda parte.
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Vicios,
pasiones, "pecados" son los protagonistas: envidia, hipocondría,
celos... casi un "retablo" al modo medieval.
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En
“Maldito creador”, Blázquez cita Niebla, de Unamuno, y muchos otros relatos
tienen ecos de la tradición española de la novela más "crítica con el
papel del hombre", son textos muchas veces desengañados y escépticos.
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Según el crítico Simón Viola, “Desprovistas de
supuestos ideológicos previos, de mensajes y moralismos, sus novelas erigen un
universo singular que desarrolla, como variaciones de una melodía, ciertos
motivos recurrentes que confieren a sus relatos un mismo aire de familia: la
iniciación sexual vivida como un juego ritual cargado progresivamente de
crueldad, la obsesión por el regreso (a la casa de la infancia, a los paraísos
perdidos) de unos personajes que avanzan “heridos por el pasado, agentes de la
degradación, hacia una solución improbable” (G. Hidalgo Bayal, “La novela
asonante”, en Equidistancias), las taras hereditarias y educativas, los
espacios de la decadencia en que se acentúan el refinamiento y la inmoralidad,
el mundo exterior concebido como una amenaza, etc.
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“El que la literatura copie lo que pasa en la
calle –ha dicho el novelista- no ofrece interés, para eso están los reportajes.
Yo quiero hacer una interpretación. El tiempo histórico me preocupa, pero no
desde un punto de vista objetivo, sino desde un punto de vista subjetivo, o
sea, mi tiempo”.
ü Viola añade: “En espacios íntimos (el
jardín cerrado, la casa decadente de la niñez) levantados como refugio ante lo
exterior (la vulgaridad de la vida corriente), los personajes, empujados por
pasiones exacerbadas, paroxísticas, se obstinan en unas relaciones marcadas por
la crueldad, la amoralidad y la violencia, en un universo "edénico"
que parece anterior al pecado y a la sensación de culpa: "Aun con la
falacia, el sarcasmo y el crimen -y con cierto sentido del humor vertido sobre
tan grandes conceptos a fin de amenguar solemnidades-, mis personajes, sin
embargo, pues así lo quise, quedan libres de culpa. Algo los exime, pues la
conciencia del bien y del mal está ausente de ellos, como lo está de la
naturaleza, cuyo móvil no es el amor, sino la crueldad" (El Urogallo, diciembre de 1990). Incapaces de hallar un sendero que los
acerque a la felicidad, con una inocencia despiadada, estos seres merodean en
busca de un paraíso perdido, "el retorno al lugar primigenio, la mágica
irresponsabilidad de la infancia". La depredación, la tortura, el
asesinato, el incesto, se relatan entonces con la imperturbabilidad de juegos
inocentes que no resultan inverosímiles ("No hay mundo, real o imaginario,
que sea improbable. Lo que importa es que el novelista sepa mandar en
él"), pues conectan con los impulsos más profundos del ser humano, con un
"mare tenebrarum" (título del relato central) que habita en nuestro
interior y solo aflora fuera de la vigilancia de la razón, como sucede en los
sueños”.
ü Según Gonzalo
Hidalgo, José Antonio García Blázquez fue
el primero de los escritores extremeños de su generación “que se incorporó a la
literatura española, en 1966, con una novela de temática atrevida en su
momento, Los diablos, el retrato de
cierta juventud amoral y desfachatada, y conoció el éxito mayoritario con No encontré rosas para mi madre (1968),
la historia de una relación edípica. Sus siguientes libros, entre los que
destaca, sin duda, Señora muerte
(1976), no han hecho sino confirmarlo en posesión de un mundo narrativo
personalísimo y autónomo. Sus ingredientes se suceden y multiplican en cada
trama. Aunque los personajes suelen moverse por grandes ciudades (Madrid,
Barcelona, París, Nueva York), siempre surge una ciudad media en sus orígenes
(como Plasencia, por ejemplo), cargada de sentido, con una «casa grande» que
esconde el recuerdo de los juegos prohibidos de la infancia. Las obsesiones
sexuales surgen desde la incomprensión o la inocencia. Después, la presencia de
un padre castrador o el poder de una mujer dominante contribuyen a consolidar
las fijaciones, a asentar las frustraciones, a acentuar los complejos, a
encender la culpa. «Aunque en toda su vida no hubiera hecho ningún acto
delictivo, él siempre se encontraría culpable. La misma culpabilidad de una
cucaracha que se esconde al sentir las ondas de la luz», puede leerse en Señora muerte. De modo que los
personajes avanzan desde la memoria, heridos por el pasado, agentes de la
degradación, hacia una solución improbable”. (En El Urogallo)
ü Convendría destacar que José Antonio García es un
autor que ha tomado a Plasencia, su ciudad natal, como referencia literaria. No
es el único. Él, como Gonzalo Hidalgo, por ejemplo, han sido capaces de
levantar literariamente a Plasencia algo que aún no han sido capaces de hacer
otros escritores cacereños o pacenses.