30.3.20

Lecturas encerradas (2)

Y algo caóticas, sí, como suele ocurrir. Sigo echando mano de las pilas de libros que me rodean y unas veces el azar y otras mi propia decisión me permiten escoger tal o cual ejemplar. He leído, por ejemplo, Los desnudos (Visor), de Antonio Lucas (que lleva su personal diario del confinamiento en El Mundo). En una entrevista reciente (con algunas opiniones que disto de compartir) y ante la pregunta: "¿Ni un libro sin premio o cómo va esto?", el poeta madrileño del 75 (que ha ganado con éste el de la 'Generación del 27') contestaba: "La verdad es que, sí, casi todos mis libros han sido premiados, pero son golpes de fortuna. Los libros no los hacen mejores los premios". De entre los suyos (desde el primero, que me entregó en mano una tarde ya lejana en la Residencia de Estudiantes, los he leído todos), es uno de los que más me gustan. Ha ganado en claridad y en hondura, que son cosas que suelen ir, contra la creencia general, de la mano. Aquí hay menos irracionalismo, por decirlo de mala manera, y más contención meditativa, sin perder, eso sí, ese punto inspirado, fresco y rebelde que siempre le ha caracterizado. A él y a sus versos. Se ve que el amor le sienta bien. Eso y que ya sabe a ciencia cierta que la vida iba en serio.
Me ha impresionado El silo. una sinfonía pastoral (La Garúa), del australiano y cosmopolita John Kinsella (Perth, 1963), un poeta elogiado por Bloom, su paisano Murray y Steiner. El subtítulo no miente. Ni el título. Acostumbrado a ver programas de viajes al continente oceánico, me sorprende la fidelidad con la que este hombre, profesor en Kenyon College (USA) y Cambridge (UK), ha logrado retratar y describir la vida rural de Australia. Con un conocimiento y una experiencia dignos de un pastor de ovejas de verdad, como su mencionado tío. Y ello, y esto es lo que más importa, por medio de un lenguaje poderoso y preciso, evocador y sugerente. Tan seco y duro como aquellas desoladas, vacías tierras. Tan moderno como el que más. De ello tienen su parte de culpa los traductores: la norteamericana Khaterine M. Hedeen y el cubano Víctor Rodríguez Núñez, poeta. 207 páginas de excelente poesía. Rara por estos lares donde sigue estando muy mal visto referirse en verso al campo. A lo agropecuario. ¿No, Fermín?
Ha causado cierto revuelo en un rincón del pequeño patio de la lírica patria el librito de la portuguesa Maria Azenha (Coimbra, 1945) La casa de leer en lo oscuro (A casa de ler no escuro). Lo publica Trea y la traducción y el prefacio ("La escritura del agua") son de José Ángel Cilleruelo, un reconocido lusista. Nos cuenta que esta mujer se licenció en Matemáticas. Que pinta y que ha escrito en torno a una veintena de libros de poesía. Simbolismo es el término, dice, que más repiten los críticos para referirse a su poética. Esta entrega, precisa, marca un hito en su camino. Hacia un "simbolismo exocéntrico" que se caracteriza por su "lenguaje directo, prosaísmo, oralidad, técnicas de vanguardia, ironía...". Lo que a uno le llega, al cabo, es su parquedad, una concisión cortante que produce en el lector inquietud. Se atisba un misterio. Se palpa incluso. Y se escucha, por encima de todo, un profundo silencio. En "Ausencia", por ejemplo. "El poema es un cuarto oscuro / donde entras en soledad", escribe. O que el poema "Se parece a un náufrago / que devora sus propios versos / en el centro de la página". En "Era un hombre: esto era la casa", leemos: "la infancia: lugar extraño". Entre versos que parecen cincelados, aparecen la injusticia y la muerte. En Lesbos. Las migraciones, el Mediterráneo, Europa... La memoria. El presente.
Realidad (La Isla de Siltolá), de José Manuel Benítez Ariza es tan de verdad como su rótulo. La vida de un hombre. Alguien observador, sensible, que piensa. El que ve una urraca, una higuera, una nube o una playa y compone un poema. El que se baña en el mar (porque es de Cádiz, del 63), escribe acuarelas de lugares que frecuenta (es dibujante), siente vértigo (como nos pasa a tantos), tiene un padre desmemoriado... Un hombre que viaja; a Irlanda, por ejemplo, de ahí "Waterford. Segunda suite irlandesa". Quien, en fin, en "Al fondo" dice que "La muerte está en el centro, no antes ni después" y lee en la tumba de James Rice: "Fui lo que sois vosotros, seréis lo que soy yo".
Digo "verdad" y vuelvo a recordar lo que dije aquí atrás, que es lo único que exijo de los libros que se cruzan últimamente en mi camino. No le falta a Y el aire al soplar (Cuadernos del Laberinto), de María Ángeles Álvarez (Ávila, 1964), una experta en el arte floral, algo que se nota al oler estos versos inspirados en los místicos de su tierra, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, a los que tanto tiempo y tanta meditación ha dedicado. Como a la lectura de la Biblia. Poesía esencial y sencilla, de la contemplación y del silencio. De la calma. Atenta a lo que importa: lo cercano. Religiosa, en el más hondo sentido. Anotaciones y apuntes para intentar comprender el sentido de una vida que se quiere, por demasiado humana, ajena a que la que la mayor parte de los mortales llevan. O llevamos. 
No sé quién defendía en público este libro. Alguien que aprecio, supongo, por eso me acuerdo. Estaba en uno de los rimeros desde el otoño. Se titula Los lagos de Norteamérica (Pre-Textos) y es obra de José Daniel Espejo (Orihuela, 1975). Confieso que me ha desconcertado. Sin patetismo, pero de una forma necesariamente desgarradora, un padre viudo y con tres hijos, habla de Martín, uno de ellos, autista. De Martín y de sus vidas. La del cuidador y la del protegido, ante todas. En un tono narrativo, sí, pero sin perder nunca el norte poético. Con naturalidad y fluidez, sin afectación, a pesar de que, como digo, los asuntos tratados no sean fáciles de digerir ni de poner negro sobre blanco. Basta con dar cuenta de "Campeón" para calibrar a qué nos estamos enfrentando.
El libro obtuvo un premio, el 'Juan Rejano-Puente Genil', y uno no puede por menos que quitarse el sombrero ante el sensato y limpio jurado que lo premió. En la segunda votación y por unanimidad.
Elías Moro (un emeritense nacido en Madrid en 1959) es, entre otras cosas, aforista. De los de verdad, matizo, que en ese gremio hay, como bien sabemos, mucho advenedizo. Apeadero de Aforistas le publica Lo inseguro que lleva por subtítulo "Sobre la escritura". Y así es. A reflexionar con agudeza sobre esa resbaladiza cuestión dedica, en 54 páginas, un puñado de máximas que brillan por su precisión e inteligencia. Por la certidumbre que revelan, sin perder por ello la debida llaneza ni, a veces, la gracia del humor. Que nadie busque aquí, en fin, solemnidad, a pesar de que la palabra "escritura" sea muy utilizada por los petulantes. Ni meras ocurrencias, tan del gusto de algunos presuntos aforistas. Sí algún verso y hasta un haiku, que se cuelan de refilón entre sentencias. "Escribir es estar perplejo. Ante todo", escribe. Y: "La poesía es la esfera de las palabras". O: "Es la palabra sombra la que a veces ilumina el poema". No miente.