Pocos días más complicados que los domingos. Los que pasábamos en el molino, años y años, eran perfectos. Hace mucho de eso. Según costumbre, el último empezó temprano. Tras pasar por el ordenador (correspondencia, periódicos, etc.), preparar el café y darme una ducha, fui a por los churros. Me traje, además, la primera caja de cerezas de la temporada. Las primas de Irene son, como ella, del Valle y tienen producción propia. Después, paseo hasta el kiosco para recoger la prensa y un pan candeal en la tahona de Miralvalle que llevo a mi madre. Paso con ella una hora larga, lo que no deja de ser poco. Se nos hace corta. A pesar de que hablamos por teléfono cada noche, repasamos la vida familiar de la semana y eso suele dar para mucho. Cada familia, un mundo.
De vuelta a casa, leo los periódicos y echo un vistazo a los suplementos. A última hora de la mañana solemos ir a tomar unas cervezas con los hermanos Antón. A veces, solos. Por la periferia, como decimos nosotros; una ruta corta de tapeo por bares alejados de la Plaza y sus aledaños (esa queda para los sábados).
En esta ocasión, los planes eran otros. Habíamos quedado a las 12 con Jorge y Christophe, nuestros amigos suizos, en la puerta de la catedral para visitar Transitus, la primera exposición de Las Edades del Hombre que se celebra en España fuera de Castilla y León. Fuimos todos puntuales. Ya llevaba las entradas. Había bastante gente. Entramos, recorrimos con detenimiento los siete capítulos de que consta (más un epílogo), nos asombramos con lo que vimos y salimos encantados. Christophe con el flamante y voluminoso catálogo en una bolsa de papel que parecía ceder ante su peso.
No es plan pormenorizar aquí lo que contiene esta muestra única. Para uno, hubiera bastado con "Las tentaciones de San Jerónimo", el inmenso (en todos los sentidos) cuadro de Zurbarán, acaso mi pintor favorito. Y como decía emocionado Jorge, lo hemos visto a un palmo de distancia o menos. Nunca habíamos estado tan de cerca de una obra de arte así. De cada pincelada de ese genio (este sí, Santiago) de la pintura. Pero hay mucho más. Piezas únicas venidas de todos los rincones de Extremadura y de algunas partes de Castilla y León, mal que le pese al señor consejero castellano y leonés de Cultura, Gonzalo Santonja, bejarano y de Vox por más señas; esto es, de la diócesis de Plasencia, que por eso... Y luego se quejan de "los reinos de taifas". Pura contradicción.
Reparé, cómo no, en los cuadros de El Greco, Murillo, Claudio Coello y Luis de Morales; en el impresionante busto de mármol de Carlos V que se conserva en el Palacio del Marqués de Mirabel y en los de los Padres de las Iglesias Griega y Latina de Gregorio Fernández (que es el autor del retablo); en la "Lápida de la libertad", del siglo XV, ubicada en el Cañón de la Salud, donde se lee, según la transcripción de los profesores de la Universidad de Extremadura Eustaquio Sánchez Salor y Julio Esteban Ortega: "La libertad de la ciudad amplió la gloria de los cielos. Envió a los infiernos a los ciudadanos míseros e inicuos. Sus altezas los reyes de España, el divino Fernando y la divina Isabel, su santa esposa, decidieron con justicia establecer la libertad, la paz y las normas a esta ciudad, cuando marchaban a someter con las armas al reino de la ciudad de Granada. Ellos son el terror de Ismael y los valientes azotes de los herejes. Que el padre omnipotente los conserve siempre felices, y que, vencedores, puedan reinar a lo largo de todo el orbe; que consigan los reinos del cielo en medio de cantos de ángeles"; en el mapa o carta de Juan de la Cosa, el primer mapamundi que contiene una representación de América; en algunos retablos... ¡Hay tanto que disfrutar! Las dos piezas traídas de Zafra, pongo por caso, ambas espléndidas, que tendrán que venir a ver in situ mis amigos Josemari y Miguel Ángel Lama.
Qué puedo decir de los numerosos libros que se exponen, en especial el de Luis de Toro: Descripción de la ciudad y obispado de Plasencia, de donde se ha tomado la imagen del cartel: el plano de la ciudad que el humanista levantó para incluirlo en una de las obras que mejor describen, a rachas pura poesía, esta ciudad, aunque, paradójicamente, no esté impresa en una edición de papel al alcance de todos. O el del Fuero placentino (del siglo XI), un códice en pergamino. O el mínimo Catecismo de la Doctrina Cristiana, a base de jeroglíficos, una joya. O ediciones de la Odisea de Homero, La Celestina de Fernando de Rojas y Los cinco misterios dolorosos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, con su Sagrada Resurrección de Lope de Vega.
Me fijé también, con amistosa emoción, en los tres grabados de mi amigo Salvador Retana, de su serie sobre los empalaos de Valverde de la Vera, lo más contemporáneo del conjunto.
Me gustó la escenografía (con su discreto punto teatral), el exquisito montaje, y, sobre todo, el relato de la exposición, tal bien hilado alrededor de la palabra tránsito. El guion es obra de Gaspar Hernández y Jacinto Núñez y me dicen que está a punto de publicarse. Todo gira en torno a ese rico, plural concepto.
Estas doscientas obras, además, están encerradas en un recinto soberbio, el de las catedrales de Plasencia, incluidos la capilla de San Pablo (bajo la Torre del Melón), las pequeñas salas del museo catedralicio y el claustro.
Una sola visita, por lenta y minuciosa que sea, no da para apreciar por completo lo reunido. O no como a uno le gustaría recordarlo. Una solución es adquirir el catálogo, sobre todo si el visitante no vive aquí. Los placentinos lo tenemos más fácil: podemos volver, que es lo que algunos haremos.
Con el regusto del arte en los ojos, ya fijado ese placer del alma en la memoria, nos dispusimos a darnos otro capricho, esta vez gastronómico. Fui a por el coche y nos acercamos al Marina Bistró Parada de la Reina; para el común, la Parada. Tardaron un poco en atendernos -aquello está siempre lleno-, pero comimos y bebimos muy bien (el arroz a la llauna con gamba roja de Denia y cebolla china lo bordan). Por suerte, habíamos celebramos unos días antes en ese mismo sitio -su menú diario es de lujo- el cumpleaños de mi hermano Fernando, así que...
La tarde prometía. Jorge y Christophe habían acordado una visita al taller del artista Emilio Gañán (ahora profesor en la facultad de Bellas Artes de Salamanca, donde se licenció). Está en el polígono industrial (un decir). Nos invitaron a acompañarles y lo hicimos encantados. Hace muchos años que conocemos a Emilio, autor, por cierto, del dibujo de la cubierta de Desde fuera.
La conversación fue larga y amena. Resultó un placer escucharle mientras hablaba con pasión de su pintura y de su escultura (una pena, le dije, no haberte grabado o que no lleves al papel tan interesantes reflexiones) o de sus viajes (el de Japón fue decisivo, nos dijo); ver las obras, terminadas o en marcha, que tiene en esa nave que fue concesionario de maquinaria agrícola y que pronto abandonará por un estudio más céntrico, en busca de veranos menos tórridos; oír sus opiniones sobre sus galeristas (Fernando Pradilla en Madrid y Ángeles Baños en Badajoz) o compartir con él algunas bondades (sobre Jordi Teixidor -a cuya obra dedica su tesis doctoral- o Luis Gordillo, por ejemplo) y maldades (evito dar nombres, por supuesto) del panorama artístico (y crítico) patrio.
Nos ratificamos los dos en lo que nos duele Plasencia, un tema clásico. Ojalá fragüe la propuesta de los amigos suizos y termine llevando su obra hasta Grandson, que era uno de los motivos principales de la visita. Dio a entender que volver a Suiza le apetece mucho. Veremos. Animándole a ello nos despedimos. Con tres catálogos en la mano: Juego a dos (con José María Larrondo), Vacío figurado (la exposición del MEIAC) y el magnífico Emilio Gañán. Puerto metafísico/Metaphysical Harbour, libro publicado con motivo de la exposición Poemas angulares, celebrada en la citada Pradilla durante los meses de julio y agosto de 2021.
Al salir, nos fuimos a tomar una coca-cola a la cercana terraza del hotel Azar, donde se estaba estupendamente, y, desde allí, al Puerto (de montaña y de la Virgen), que Jorge y Christophe no conocían. Esas vistas... Luego, los dejamos en el aparcamiento para que recogieran su coche e iniciaran el viaje de vuelta a su casa trujillana.
No, no todos los domingos, al menos para mí, son tan entretenidos como este. A veces es bueno romper con la monotonía. Si es para bien...
NOTA: La fotografía superior es de Andy Solé, del diario Hoy.