Buenas noches y muchas gracias por
estar aquí.
Hace unos meses Nica y Juanra me
pidieron que prologara un libro que iban a publicar juntos. El primero
aportaría sus fotografías y el segundo un puñado de poemas; para ser precisos, de
haikus, esa certera estrofa japonesa, de engañosa facilidad, que tiene tanto de
inspiración como de experiencia.
No será uno quien le ponga un solo
pero a esta alianza perfecta entre ambas artes, algo que se aprecia mejor
cuando entre los autores hay complicidad, como hace al caso. No en vano Juanra
y Nica dirigen al unísono el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”
de esta ciudad.
También es de agradecer que el
editor, en este caso Ediciones del Ambroz, cumpla con su trabajo y ponga en
nuestras manos un objeto hermoso.
Ni Juan Ramón Santos ni Nicanor Gil
necesitan presentación. El primero acaba de dar a la imprenta, para el catálogo
de la emeritense De la Luna Libros, Río Cárdeno, que ya
fuera escenario de su novela El tesoro de la isla, y ha traducido para
La Umbría y la Solana un conjunto de ensayos de la añorada poeta portuguesa Ana
Luísa Amaral bajo el título Arde la palabra y otros incendios que está a punto de salir.
El segundo nos descubre aquí, por
extenso, su faceta de fotógrafo. De excelente fotógrafo, matizo. Hace poco que
ha participado en la última exposición de Trazos. El curioso (o el
interesado, tanto da) puede acercarse a su labor fotográfica a través de la
página web metamorphosis.es.
Al tener el libro en las manos he
podido comprobar que en él se recogen más imágenes de las que contenía el pdf.
que manejé en su día. De distintas colecciones: Sierra y libertad, Guardianes
del bosque, Marinas, A orillas del Jerte y Nieblas en la
mar serena. Tanto mejor.
El título del invento, muy
sugerente, Emboscados. De la palabra “emboscado”, el Diccionario de la
Real Academia dice: “Hombre que elude el servicio militar en tiempo de guerra”.
Para “emboscar” tiene dos acepciones: “Poner encubierta una partida de gente
para una operación militar” y “Entrarse u ocultarse entre el ramaje”, que es la
que mejor cuadra en este contexto.
Cuando me enviaron el documento al
que he hecho alusión, observé y leí, con detenimiento, fotos y versos. Y con
admiración creciente, porque lo que tenía delante de los ojos eran imágenes y poemas
logrados, algo que ha realzado, sin duda, su impresión en papel. Ya lo dijo
JRJ: “En edición diferente, los libros dicen cosa distinta”. Fue
después de frecuentarlos cuando pude escribir las líneas que leeré a
continuación. Por el simple hecho de que nada nuevo o mejor podría decir sobre Emboscados
que lo que contiene esa breve introducción. Antes, eso sí, quiero reconocer en
voz alta que ha sido un placer acompañarles, a debida distancia, en esta aventura.
Gracias.
DESDE EL MIRADOR DE LA MEMORIA
Situado en la solana del Valle del
Jerte, con vistas a la Sierra de Tormantos, y muy cerca del pueblo serrano de
El Torno, el “Mirador de la memoria” rinde homenaje a los olvidados de la
Guerra Civil española y de la dictadura franquista. Añadiría que también a los
perdedores de todas las tiranías y todas las guerras. En unas montañas, por
cierto, donde se ocultaron algunos maquis después de la contienda. En este
lugar privilegiado –donde el paisaje, como en el poema de Leopardi, evoca el
infinito– se instalaron en 2008, sobre canchos imponentes, las esculturas de
Francisco Cedenilla Carrasco que representan a cuatro figuras humanas desnudas.
Tres hombres –uno de ellos anciano pensativo con las manos en la espalda– y una
mujer –que se lleva un brazo a la cabeza–. Todas de tamaño natural.
Son las que ha fotografiado con poesía,
verdad y belleza Nicanor Gil González. En blanco y negro (salvo excepciones),
que no deja de ser el verdadero color de la fotografía. Al menos el que uno (y no
solo) prefiere. El más clásico y elegante, me atrevería a decir. También el más
misterioso. Por añadidura, el más sobrio. En consecuencia, el más adecuado para
reflejar el extrañamiento y el dolor, como hace al caso.
Además de las figuras solitarias (a
pesar de mostrarse en conjunto, cada una parece ensimismada, la mirada perdida
y la cabeza encorvada), Gil González retrata los árboles, el bosque y el agua.
La luz es escasa. Matizada siempre.
Melancólica. O está nublado o hay niebla o amanece o anochece.
Me gustan especialmente las
sugerentes, invernales imágenes de las riberas del río Jerte, convertido en
pantano, al pie de los altos riscos del mirador torniego.
A esas impactantes imágenes les ha
puesto palabras Juan Ramón Santos Delgado. En forma de haikus, que no deja de
ser una loable manera de transcribir emociones y pensamientos sin alardes ni alharacas,
con la misma concisión, sencillez y sobriedad con la que están tratadas las
fotografías.
La serie, titulada “El emboscado”, contiene
en paralelo una suerte de relato; una peculiaridad propia del Santos Delgado narrador.
En el centro de la historia, la huida. Se aprecia, asimismo, una violencia
soterrada, trágica. Se suceden las impresiones del fugitivo que, escondido en
las cumbres, sobrevive a la dura intemperie. La de afuera y la de dentro, acaso
la más dura. En un tiempo que parece detenido.
La naturaleza se muestra de forma omnipresente,
como es lógico. Ramas (“seca”, “minúscula aliada del fugitivo”), retamas,
hojas, lluvia, nieve, riachuelos, mariposas, encinas... En poemas tan
orientales como “Los grillos cantan / en la noche de agosto: / tiempo
infinito”. Y en otros de tono metafísico como “Somos un sueño / que sobrevive
oculto / en la hojarasca” y “Suena la lluvia / y un silencio de siglos / inunda
el bosque”. Algunos expresan sentimientos dolientes: “El lobo aúlla. / No es
más feroz su llanto / que mi lamento”. “El mirlo canta / fúnebre, desde lo
alto, / su nunca más”.
En medio de la soledad, el
silencio, la desolación y el miedo, ante el amor fugaz, fulge la constatación
que nos descubre el último poema: el humano consuelo de quien, muerto ya en
vida, sabe que ni se le puede matar ni puede volver a morir.
Muchas gracias.
Fotografía de Francisco Javier Antón |
Fotografías de José Antonio Fernández Merchán |