La próxima vez, de José Carlos Cataño (La Laguna, 1954), reúne los diarios del escritor canario desde 2004 hasta 2007. Esta entrega sucede a Los que cruzan el mar (Pre-Textos), título horaciano donde agrupó sus anotaciones (aunque un diario es más que un conjunto de notas, como él mismo precisa) entre 1974 y 2004, y se anticipa a dos nuevas, que publicará, como ésta, Renacimiento en la Serie Minor de Biblioteca de la Memoria: La vida figurada (2000-2009) y El porvenir del horizonte (20010-2013).
He leído, con creciente interés, estas páginas que nos da pistas sobre la vida y el pensamiento de uno de los poetas más secretos de nuestro panorama. Reside en Barcelona, como extranjero y sin patria (a esta circunstancia, fruto de una elección personal, dedica no pocas líneas), desde 1977, pero, como podemos comprobar, sus viajes a las Islas en estos años son constantes. Y allí, las personas (amigos y no pocos poetas, como Manuel González Sosa o los hermanos Padorno) y el paisaje, marítimo por naturaleza. Como buena parte de los diaristas, es bloguero; ahora, aquí.
Por lo demás, encontramos las reflexiones de un hombre que vislumbramos triste y melancólico ("Soy un misántropo aficionado"), huidizo y solitario, judío por más señas, cosmopolita, que envejece (¿no es ése el tema de la poesía?, se pregunta), ajeno, en tanto que escritor, al mundo literario (que detesta y donde, según él, los más le detestan y parecen empeñados en borrarle del mapa y silenciarle), que va por libre (a costa de lo dicho), marcado por la temprana muerte de su madre, especialista en las relaciones entre la literatura y el psicoanálisis, bibliófilo sin remedio (aunque los libros "te atan a las casas"), por eso habitual de los Encantes, huésped de numerosos hoteles, viajero a Suecia (en verano), Guatemala y El Salvador (y a Murcia y a Madrid), además de a Canarias, ya se dijo, paseante y contemplativo, "playista" al que le gusta perderse por calas y playas, ya sean catalanas o de sus natales Islas, ácido en sus comentarios sobre sí y los otros, contradictorio y desengañado, pero feliz en algunos momentos (por ciertas lecturas, algunas conversaciones, las tardes en casa, las cenas con amigas y amigos...), padre de su hija V., de la que se siente orgulloso, marido o compañero (no sé) de C. (lo que no le impide apreciar la belleza de otras mujeres), ajeno a los nacionalismos, pero de Barcelona ("Te dices, esta es tu ciudad"), lector de autores poco frecuentados, de los que, como él, se orillan y transitan por los márgenes, de los que se apartan, alguien, en fin, que conoce bien la poesía y que sobre ella escribe ideas llenas de sentido.
"Uno escribe porque no hay otro remedio; si no, calla", dice al principio, y se ve que es verdad. "Nada pidas. Nada esperes", podría ser su lema. "Asómbrate en lo idéntico", podría ser otro. El posible lector de estos diarios, que son mucho más de lo que señalo, no debería perderse la entrada del día 16 de mayo de 2007 (pág. 142 y ss.), paradigma de su forma de proceder y texto iluminador donde los haya: "Escribimos: vivimos".