Publicado por Visor (que circuló sus
tres entregas anteriores), en colaboración con la Fundación Gerardo Diego, este
volumen reúne la poesía escrita por
Díez (Santander, 1976) en los últimos veinticinco años; esto
es, los libros Combustión, Desguace y Belleza sin nosotros,
así como una selección revisada de sus primeros poemas y un inédito, Besar la tierra, que contiene el extenso poema que da
título al conjunto (tomado de JRJ).
En “Unas palabras previas” alude a sus versos como un adentrarse “en la espesura de lo que desconozco”. Afirma que siempre ha andado “royendo los mismos huesos”, que tiende “a escribir con palabras sencillas” e intenta “decir con poco”. Que quiere comunicarse. El resultado: “un canto”.
Juan Manuel Romero menciona su “honradez sencilla” y califica esta poética como “sobria y meditativa”. Austera, clara, realista, propia de un contemplativo que aspira a “contar con sencillez algo que tiene profundidad y que no es obvio”. Su reto. Acaso la palabra más adecuada para señalar ese impulso, previo “estado de asombro”, sea extrañeza.
Consciente de que “los poemas de cada uno […] solo los puede escribir cada uno”, ha trazado su propio camino, perfectamente distinguible. En soledad, a la intemperie. Al amparo del aurea mediocritas horaciano. Contra los mortíferos “excesos”.
La identidad es un tema central. Además, el paso del tiempo, el dolor, la vida, la muerte (la de su hermana, por ejemplo), el amor o los otros. Capital es su visión del descenso (hundimiento, caída). “Lo difícil”, según Zambrano. Bajar “de nosotros mismos y de tantas quimeras y espejismos inútiles y conectar con lo esencial, que es sencillo, cercano, que está a ras de tierra”, matiza Díez.
Sus palabras “extienden sus raíces”, “se agarran a lo que significan”. Justifican una obra que canta “a lo que ya perdí, / a lo que espero”.
En “Unas palabras previas” alude a sus versos como un adentrarse “en la espesura de lo que desconozco”. Afirma que siempre ha andado “royendo los mismos huesos”, que tiende “a escribir con palabras sencillas” e intenta “decir con poco”. Que quiere comunicarse. El resultado: “un canto”.
Juan Manuel Romero menciona su “honradez sencilla” y califica esta poética como “sobria y meditativa”. Austera, clara, realista, propia de un contemplativo que aspira a “contar con sencillez algo que tiene profundidad y que no es obvio”. Su reto. Acaso la palabra más adecuada para señalar ese impulso, previo “estado de asombro”, sea extrañeza.
Consciente de que “los poemas de cada uno […] solo los puede escribir cada uno”, ha trazado su propio camino, perfectamente distinguible. En soledad, a la intemperie. Al amparo del aurea mediocritas horaciano. Contra los mortíferos “excesos”.
La identidad es un tema central. Además, el paso del tiempo, el dolor, la vida, la muerte (la de su hermana, por ejemplo), el amor o los otros. Capital es su visión del descenso (hundimiento, caída). “Lo difícil”, según Zambrano. Bajar “de nosotros mismos y de tantas quimeras y espejismos inútiles y conectar con lo esencial, que es sencillo, cercano, que está a ras de tierra”, matiza Díez.
Sus palabras “extienden sus raíces”, “se agarran a lo que significan”. Justifican una obra que canta “a lo que ya perdí, / a lo que espero”.