Bonilla (Jerez, 1966) publica su poesía selecta o escogida. Ha
prescindido de muchos versos. La edición, que pudo titularse Siembra,
agrupa poemas de Partes de guerra, El Belvedere, Buzón vacío, Cháchara,
Poemas pequeñoburgueses y Horizonte de sucesos. Seis libros en
treinta años bastan para reconocer su maestría.
Una cita apócrifa de Lee
Marvin anuncia el carácter juguetón de su escritura, antisolemne sobre todo, no
sólo ingeniosa u ocurrente.
Bonilla descree de los
“temas poéticos”: “Encuentras poesía en todas partes”. Habla de la infancia, el
amor (desamor mediante), la muerte (“lugar del que procedo y al que voy”)…
Ha venido escribiendo sus
poemas “como relámpagos”, lo que contrasta con su cualidad de memorables. Bastantes,
mentalmente. Aspiran, confiesa, a la levedad, el humor, la áspera melodía, la reflexión acerca de
lo poco que somos y lo milagroso que es estar vivo, el canto de las cosas
cotidianas... Extrañeza y deslumbramiento. Porque “la realidad no es
todo lo que hay”. Para describirla, usa metáforas que no lo parecen. “La poesía se propone
pronunciar una verdad intolerable”, asevera.
“Aviso” comienza: “Yo escribo poesía traducida”. Sostiene
que los
originales superan a las versiones: “La poesía casi siempre / es la declaración
de una impotencia”. No lo parece después de leer la suya. Aquí, la inteligencia
suma. Una lucidez ácida y escéptica que asienta en la ironía y las paradojas su
razón de ser. La eterna lucha entre alegría y tristeza. Contra “ese gas letal
que es el pasado”. En busca de la identidad perdida: “soy tantos que no sé
quién soy”. “Si pudiera elegir, sería un río”.
De sus poemas, de corte epigramático, se podría decir lo que él
de los almendros: “Están ahí tan solo, limitándose a estar, / no ser más que
eso, una forma de estar / es su forma de ser”.
Juan Bonilla
La Veleta, Comares, Granada, 2024. 212 páginas. 19 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.