Carlos Permanyer nació en Barcelona y vive entre
Castelldefels, donde está la casa familiar, y Andorra, donde trabaja como director
creativo en el mundo de la publicidad y de la comunicación. Sus creaciones han
recibido numerosos premios nacionales e internacionales (Cannes, Nueva York,
Londres, Barcelona, Buenos Aires, San Sebastián…). Licenciado en Filología
Hispánica por la Universidad Autónoma de su ciudad natal, confiesa que su
pasión por la poesía le viene de la adolescencia, cuando leyó en clase por
primera vez versos de Lope, Góngora o Quevedo; de Bécquer más adelante. A pesar
de eso, su escritura ha sido casi secreta hasta ahora. Su ópera prima es tardía.
En 2020 publicó Memoria
de las nubes, un libro del que Eloy Sánchez Rosillo dijo: “Me parece un
libro hermoso y verdadero. Los poemas son leves y delicados, sin retóricas vanas
e inútiles. Tiene emoción, y todos los poemas juntos configuran tu mundo, un
mundo sugestivo y habitable”. A la espera de la aparición del segundo, Fingir
entonces, en manos desde hace tiempo de un editor, ve la luz Hellegado hasta aquí. En esta ocasión, el citado Sánchez Rosillo, escribe:
“Me ha conmovido. Está empapado de melancolía, pero también, por debajo o por
encima de ella, hay una extraña alegría por el don de haber vivido. Todos esos
recuerdos de los que hablas valen su peso en oro. Los poemas están dichos con
sencillez y hondura, con mucho sentimiento y amor por la vida. Nada se pierde.
Todo está en tu corazón y en tu memoria, y forma parte de tu presente. No hay
asomo de retórica en ningún poema. En realidad, todos son como partes de un
poema único”. A este elogio se suma, también en la contracubierta, un incisivo
texto, en forma de carta, de otro poeta, Basilio Sánchez, que, por su interés,
copio entero a continuación: “He llegado hasta aquí es muy hermoso. De
tono muy cernudiano y con un ritmo equilibrado y sereno, la tuya es una poética
sobre la memoria y sobre la añoranza de una existencia anterior no disociada
aún de la naturaleza y el paisaje en la que todavía nos era posible
relacionarnos cordialmente con las cosas. Una poesía atenta a los sonidos
ocultos de lo que nos rodea y a las sensaciones más elementales del vivir
cotidiano, pero escrita, también, desde el escepticismo y el desencanto en
medio de una época que ha renunciado a la lentitud y extraviado su rumbo. Una forma
de escritura que es un rescoldo último y una forma de resistencia, la expresión
sin alardes de una fe en lo concreto y en lo sencillo de una manera de vivir
despojada y elemental. Una renuncia voluntaria y explícita a todo lo que nos
conduce al abandono de una infancia humana razonablemente feliz, acompasada, en
sus pequeñas cosas y en los gestos dulcificados por la costumbre, con la misma
existencia. Yo creo que, si algo queda que merezca la pena en esta vida,
permanece agazapado en lo discreto, en el brillo cegador —para el que vive
atento, para el que aún es capaz de sostener la mirada— de los pequeños
acontecimientos inesperados e imprevisibles que llenan nuestros días, y en los
seres humildes. La poesía necesita, porque lo necesitamos nosotros, de esta
mirada sensitiva sobre el mundo, de este lenguaje limpio que se nutre del
fervor y de una honda sumersión en las complejas relaciones del individuo consigo
mismo y con la realidad en la que vive”.
Lo esencial ya está dicho en las palabras de Rosillo y
Sánchez. El lector colige de inmediato que la poesía de Permanyer habita en un
ámbito semejante al de esos dos poetas “de la claridad”, rótulo (no exactamente
el mismo de “línea clara” de Luis Alberto de Cuenca ni el de “poesía
figurativa” de García Martín) que utilicé en cierta ocasión para comentar sendas
obras poéticas de Antonio Moreno y Antonio Cáceres pero que podría hacerse
extensivo a las de José Mateos, Antonio Cabrera, Andrés Trapiello o Juan Peña,
pongo por caso.
Abre el libro ―tras la dedicatoria a su mujer y a sus dos
hijos― una anotación de Ramón Gaya (un pintor claro por excelencia),
“Los momentos provisionales”, que dice: “Un día nos damos cuenta de que todos
esos momentos vividos de refilón, de pasada, un poco a la ligera,
provisionalmente, son también ellos momentos claves, decisivos, que van a
imprimir en nosotros conclusiones decisivas; nos damos cuenta de que esos
momentos que nos parecieron insignificantes y que tomáramos, cuando mucho, por
una especie de media vida, de fragmentos de vida, vienen a ser, en realidad, y
al final, nuestra mayor y mejor experiencia de vida real, de una vida real más
verdadera, como más sorprendida en su verdad...”.
El título da una pista fiable de lo que viene después. De un
recuento se trata. De volver la vista atrás y, con una vida vivida en
abundancia, evocar esos momentos tan provisionales como decisivos que han
formado parte de la verdadera existencia: la real.
La memoria aquí lo es todo: “No se vuelve al origen. / Se
vuelve a la memoria”. La de un ser contemplativo que observa el paisaje mientras
medita sobre esos fragmentos vitales que no ha sido capaz de engullir la rueda
inexorable del tiempo. Esas imágenes, que a veces duda si fingidas o reales, dan
pie a los poemas que componen He llegado hasta aquí. Siempre a lo
Wordsworth: el poema como “emoción recordada en el sosiego”.
Queda todo muy bien expresado en el primer poema, “A la sombra
del tiempo”: “Un secreto se esconde / entre las flores, / a la sombra del
tiempo. / Como memoria indeleble / de los días que fueron. / Lo que ya hemos
perdido / y guarda el vacío”. Y sigue: “Es preciso volver. / Respirar el fervor
/ de una vida lejana”.
El tono elegíaco se aprecia bien en poemas como “Desviaron
el cauce del río” (“Derribaron las tapias. Los secretos.”) o “He llegado hasta aquí” (“Hay un paisaje
oculto / al que tú perteneces. / Si te paras y observas, / lo reconoces.”).
Se repite un motivo central: el del jardín: “Por paraíso, un
jardín”. Un jardín que da a una antigua casa (“donde hubo vida, / persevera el
olvido”) y, ya allí, a la infancia: “Vivíamos al borde / de una antigua verdad.
/ Que el futuro ya había / pasado”. Casa y jardín que resucita en “Origen”, “Lo
insignificante” y en “Lejos del mundo”, por ejemplo.
Dije infancia pero también añadiría juventud: “Aquí mi
juventud / perdida ya, lejana”, leemos en “Tamariu”. El propio poeta ha dicho
que estos poemas dan cuenta de “un
tiempo donde transcurría la vida de forma más sencilla y esencial, integrada en
el tiempo, participando de su transcurso y no como derrota”.
A otros lugares ―más allá del central, alrededor del cual
gira el libro― se refiere Permanyer: a las islas (Canarias, donde residió durante
años), al norte (Andorra, el valle), Sevilla (en un homenaje a Luis Cernuda)… Y
ya que hablamos de lugares, parece pertinente hacer mención al mar y a la playa,
que de nuevo le devuelven a la infancia. En “Y al final, el mar” o “La belleza
del mundo”.
Porque entiende la poesía como método de conocimiento (algo
que justificaba, entre otros, Carles Riba), las palabras (“un silencio
espera”), la propia identidad, la soledad (“Una experiencia desoladora”) y su
condición de lector (en una estancia en penumbra, que a uno le lleva a Eliseo
Diego y su definición de poema como “conversación en la penumbra”) también
están presentes.
Entre la realidad y el sueño (Cernuda de nuevo), la vida:
“Vivir, / demasiado extraño”. “Era el mundo un sueño”.
Si tuviera que englobar todo lo leído en un solo término,
diría que Permanyer defiende una poética de la humildad: “Aspiro a casi nada”.
Discreto, sin estridencias, el ritmo mesurado de sus versos
se abre paso de forma natural, sin forzar nada. Se leen sin querer, podría
decirse. Un poema te lleva a otro y el conjunto conforma una atmósfera
armoniosa y habitable en la que es fácil permanecer. Donde la claridad,
insisto, es evidente. Concluye: “Soy
el resultado / de un paisaje que se extiende / dentro de mí. / Y cuyo sueño
profundo / se diluye en el viento”.
“Este es un libro de poemas de tono elegíaco, de pérdidas,
tanto de un territorio geográfico como vital o sentimental. Pero, al mismo
tiempo, lo son de recuperación de un mundo desaparecido y, por eso mismo, de la
memoria y de cierta afirmación de la vida y la identidad, así como de una
íntima celebración”, escribe el autor en la “Palabras finales”. Y añade, “Poesía, pues, como salvación”. La
suya, sí, pero también la de quienes se acerque a leer, con natural empatía,
estos poemas.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO. La fotografía es del propio autor.
He llegado hasta aquí
Carlos Permanyer
Libros del Aire, Santander, 2024. 55 páginas. 15 €