17.5.25

Los últimos del Oeste

Los últimos del Oeste. Poetas extremeños del siglo XXI (Una poética inexistente). Así de largo es el título de la antología que ha editado Dionisio López y que publica, con una acertada Ayuda a la Edición de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, la editorial hispano-chilena RIL. 
El término Oeste (rótulo de uno de sus libros) es el que viene defendiendo Pureza Canelo para referirse a Extremadura (en el oeste / de mi estirpe). Más que una mera comunidad autónoma periférica de España, un territorio literario, especialmente de la poesía; más en estas últimas décadas, las de entresiglos, que han dado obras acreditadas y reconocidas en el panorama lírico nacional. A los últimos en llegar a esa feliz sucesión de hornadas que acaso ostenten ya la categoría de tradición (cuatro al menos conviven en el presente), dedica López, filólogo y profesor de instituto, esta muestra. A los que nacieron a partir de la significativa fecha de 1978, el año de la Constitución, hijos, pues, de la Democracia, y empezaron a publicar sus libros en el siglo actual, “con unos referentes literarios y culturales muy claros dentro de la región”. 
En su bien informado prólogo, “El salvaje Oeste” (al western remite la simbología de su introducción), que comienza con una alusión al perro semihundido de Goya (motivo de la preciosa cubierta del poeta y pintor levantino José Saborit: “Paisaje sin perro semihundido”), otra alegoría, López mira hacia atrás, a la promoción de los “pioneros” (inmediatamente anteriores a ellos), la de los 80, y fija en la década de los noventa la plena “normalización” de la cultura extremeña “dentro del ámbito nacional”. Veníamos, sí, del “erial”. El “reto”, según él, era conservar el nivel. Como afirma, se ha mantenido, cuando no superado. Hace unos días, Carlos García Mera ganaba el Premio Internacional de Poesía «Miguel Hernández-Comunidad Valenciana», que no es mala señal. 
El suyo, matiza, es “el diario de un lector de poesía”. Pronto subraya que los escogidos son autores “muy diferentes unos de otros”, de ahí la “inexistencia de una poética común”. Para la selección, más allá del “criterio del antólogo”, puso un “filtro”: que cada poeta hubiera publicado al menos un libro en una “editorial de cierto prestigio y con garantía de distribución nacional”. Huía del “aislamiento localista”. El orden de los poetas en la antología es precisamente el del año de salida de su ópera prima. 
No ha tenido en cuenta a los poetas que publican en internet. Por suerte, la parapoesía (y sus “juglares de la mediocridad”, Canelo dixit) ha pasado por estas tierras sin dejar huella alguna. Se ve que aquí lo de las modas... Ya ocurrió en su momento con la de la “poesía de la experiencia” (entendida como tendencia dominante a finales del pasado siglo), ajena al sentir de los poetas extremeños de entonces. 
López se planteó publicar “una antología inexacta, incompleta y parcial, pero honesta”. ¿Canónica? ¡No! Ni estilos ni corrientes. Ni lindes (la poesía portuguesa es parte fundamental de este invento: una Raya nos une) ni generaciones. Sí una “plaga lírica”, “extensible a todo el Oeste”. 
Fruto, siquiera en parte, de lo ya realizado con anterioridad: la llegada de la Universidad (y de los catedráticos Rozas y Senabre), de las Aulas Literarias y los Talleres de escritura, de la Editora Regional y otros sellos privados (como De La Luna Libros), de la Asociación de Escritores Extremeños, de las revistas, etc.
Siempre hay en los comienzos de cualquier empeño literario un “interés por lo cercano”. Los “pioneros” carecían de ellos aquí dentro, pero López sostiene (lo sugerí antes) que “ya existe una tradición muy poderosa en nuestro territorio”. 
En la apuntada disparidad de poéticas, López analiza las que la crítica ha designado en la historia reciente: la mentada de la Experiencia, la del Silencio, la de la Incertidumbre, la del Malestar, la del Fragmento... No, lo importante no es eso, pura nomenclatura, sino los poemas. A escudriñar los de cada uno dedica una veintena de páginas, dignas del crítico que es. En la nómina, un “evidente desequilibrio”, una peligrosa anomalía, más en estos tiempos de exaltación feminista: de los veintitrés elegidos, sólo tres son mujeres. La conclusión del editor: no hay más. Más, precisamos, que escriban la poesía que a él le parece digna de figurar en el florilegio. Y aun así... 
Entre los poetas, tres vínculos: el Oeste (vivan o no en él), la época (común a todos ellos) y las “influencias comunes” (con maestros, incluso, extremeños). 
Lo importante, ya se dijo, son los poemas. Para uno, salvo los inéditos que algunos incluyen (como “Memoria histórica”, de Fernando Pérez Fernández, por ejemplo, o “Durante la mudanza” de Urbano Pérez Sánchez, callado desde hace lustros), esta poesía me resulta familiar. De algunos, es verdad, no tenía noticia, o muy vaga. He reseñado sus libros, como se puede comprobar en Lecturas a poniente. ¿Sorpresas? Pocas, por eso. Con todo, alguna ha habido, como la de Luis Darío. Di cuenta en mi blog de la salida de su único libro y poco más. Un despiste. 
¿Son todos los que están? Seguramente, aunque en los rebuscados, artificiosos versos de un par de ellos la poesía, a mi modesto leer, brilla por su ausencia. ¿Falta alguien? En ésta, nadie, porque así ha sido concebida por el compilador. En otra del mismo periodo, tal vez Tente Garrido o Ángel Borreguero. 
Destacaría la variedad de poéticas y, en consecuencia, la diversidad de poemas. Para todos los gustos. No aburre. 
El libro es muy útil (incluida la selecta bibliografía), como siempre lo han sido las antologías elaboradas con rigor y criterio. Para colmo, está muy bien editado (por uno de los nominados: Paco Najarro, director de la colección Ærea). Ya que lo menciono, el antólogo se ha incluido en su antología, lo que no deja de ser un gesto más de honestidad, por mal visto que esté para algunos. Analiza sus poemas ayudándose de los críticos que los han comentado, pero se refiere a sí mismo como “Dionisio López”, desde fuera. Además da a conocer que en 2002 publicó una “primera obra no venal titulada La ciudad amarilla”, un dato inesperado, de la que rescata un poema. 
Para terminar, me parece oportuno nombrar a todos los antologados: Julio César Galán, José Manuel Díez, Álex Chico, Luis Darío, Urbano Pérez Sánchez Mario Martín Gijón, Francisco Fuentes, Luis María Marina, Paco Najarro, Fernando de las Heras, Antonio Rivero Machina, Víctor Martín Iglesias, Víctor Peña Dacosta, Francisco José Chamorro, Fernando Pérez Fernández, Azahara Palomeque, Jorge Solís, Xavier Rossell, Eugenio Sánchez Salinas, Sandra Benito, Carlos García Mera, Dionisio López y Carmen Sánchez de las Heras. Tomen nota. 

Edición de Dionisio López 
RIL Editores, Madrid, 2025. 256 páginas. 27 €

NOTA: Esta reseña de ha publicado en El Cuaderno