19.5.05

Académicos de Argamasilla

FERNANDO T. PÉREZ/HOY, 19 de mayo de 2005
Cuando Villaespesa visitaba con Unamuno los jardines renacentistas de Béjar, se quedó extasiado ante las plantas acuáticas que hermoseaban un estanque. «Qué maravilla don Miguel, ¿cómo se llaman estas flores?». Unamuno le respondió con su retranca vascongada: «Nenúfares, Villaespesa, nenúfares, esas flores que tanto saca usted en sus poemas». A Rubén Darío tampoco le importó meter canguros en la floresta indostánica. Algunos dirán, «¿qué más da, son licencias poéticas!». Y quizá no les falte razón. Pero a uno le gusta saber que 'el pájaro solitario' del bello poema de Leopardi no es una metáfora sino el 'monticola solitarius' que anida en Recanati.
Trapiello, el escritor que ha sido invitado este año para pregonar la Feria del Libro de Badajoz, también disfruta con este género de precisiones. Por eso Andrés Trapiello tuvo la posibilidad de entretener la espera del paseíllo inaugural intercambiando información con Chema Corrales, director general de Promoción cultural de la Junta, sobre los nombres vernáculos de las aves extremeñas. Pudo, igualmente, matizarle un término taurino al mismísimo alcalde Celdrán o a la concejala Consuelo Rodríguez, tan castizos ellos.
Hablamos también de José Segundo Flores, profesor en seminario que se levantaba en esta misma plaza de San Atón. Los conservadores del siglo XIX lo echaron por las doctrinas filosóficas que impartía, aunque de hecho lo acusaron de corromper a sus tiernos alumnos. Con el tiempo se exilió a Francia y llegó a ser discípulo y albacea del filósofo Augusto Comte. Fue él quien influyó para que Cervantes entrase en el santoral laico que los positivistas inventaron para la Religión de la Humanidad. Lo cuenta Baroja en sus 'siluetas románticas'.
Después de tales charletas y del estrujamanos ritual, la comitiva llegó a una carpa donde la gente esperaba para escucharle a Trapiello su disertación sobre la azacaneada existencia de Cervantes. Una existencia tan abrochada a su literatura que no hay modo de separarlas. Y explicó por qué ese mundo, firmemente entrañado en nosotros y al propio tiempo tan universal y tan sin dueño, logró fundirse en el crisol del tiempo para solaz de todos. Al parecer no les gustó el pregón a los académicos de Argamasilla. O quizá no les gustase el pregonero. Porque no sé cómo alguno de ellos pudo captar el concepto mientras hacía tiempo, a tiro de piedra, en el aguaducho de enfrente.
Como es sabido, Cervantes se inventó a los académicos de Argamasilla para que le echasen unos elogios a su obra. También podría haberlos inventado para que hablasen mal de ella. O para que no la mencionasen en absoluto, cosa que suelen hacer muy bien tales académicos con aquello que admiran en secreto. Y es que, a fin de cuentas, quién es ese Cervantes o ese tal Trapiello para burlarse con tanto donaire de los pobrecitos extremeños.