5.6.05

Carta de Arenas

Si hay un viaje iniciático en mi vida, por aquello de la “experiencia decisiva”, es el de subir desde Plasencia hasta uno de los últimos pueblos de La Vera, Viandar, donde nació mi abuela Fausta. Lo he contado ya alguna vez e incluso lo he puesto en boca incluso de algún personaje literario (para que luego puedan preguntarle a uno qué hay de autobiográfico en sus novelas). No sé si fue el primer viaje de mi vida, pero así lo siento. Era un viaje al verano. Al de la infancia, que es un eterno y feliz mes de agosto.

Aunque el serpenteo sea ahora menor, la mezcla de ese dulce mareo que produce conducir con tantas curvas y las imágenes del paisaje asombroso que uno va entreviendo, sumado a las escenas que al mismo tiempo uno va recordando, producen en mí un estado mental cuando menos extraño.

El sábado pasado seguí subiendo y llegué hasta Arenas de San Pedro, un paraje, según muchos, tan verato como Candeleda o Poyales, los pueblos abulenses que le preceden. El calor era inusual por esas tierras altas de Gredos y los últimos kilómetros, los de bajada al pueblo, casi insoportables. Cuando salí del coche, seguía dando vueltas.

Se celebraba allí, en medio del pinar que rodea una de esas casas rurales que tanto abundan por todas partes, el primer Encuentro de Animadores a la Lectura “Federico Martín Nebras”. Este hombre, bien conocidos en los ambientes educativos (con un algo, por aquello de las barbas, de capitán Ahab de Moby Dick o de pastor protestante), ha mantenido durante diecinueve años unas jornadas de lo mismo en el Centro de Profesores de Arenas que este año ha decidido torpedear el PP y no por otra cosa que por razones políticas, como es obvio. La lectura, ya se sabe, es peligrosa.

No exagero si digo que aquella bochornosa tarde estábamos sentados –en sillas o en el suelo- en torno a doscientas personas por lo que la consecuencia perseguida, que aquello cesara, ha surtido poco efecto. Este fin de semana se celebran las jornadas “oficiales” (de una altura ostensiblemente menor, no hay más que ver la lista de participantes) y todos están seguros de que la afluencia será tan baja como el nivel.

Ya se sabe: cargarse cosas que funcionan es el deporte favoritos de algunos malos políticos.

Durante tres días tuvieron lugar conferencias (de J. M. Gisbert, Felicidad Orquín y Ana Pelegrín, consumados especialistas en literatura infantil y juvenil, así como de Emilio Pascual, un relevante cervantista que encantó a la concurrencia), mesas redondas (participé en una sobre la poesía: “Siete razones y alguna sinrazón para escribir poesía para adultos”, se tituló la intervención), recitales musicales (uno de ellos a cargo de los Mayalde) y multitud de espectáculos de teatro, cuentacuentos, mimo y títeres, en la mejor tradición de esos afamados encuentros.

Fue muy emocionante hablar en aquel lugar (pocos salones de actos como ése), delante de tanta gente, en medio de un silencio expectante que sólo rompía el canto de algún pájaro, el batir de las ramas de los árboles (aunque aire soplara poco) y el susurro de una garganta que pasa por allí, con tan poco caudal como todas las que atravesé camino de Arenas.

Mientras haya gente así, tan apasionada por la lectura y por los libros, nada estará perdido, me decía al observar el gratificante espectáculo, mientras esperaba con paciencia y atención mi turno. Gente llena de ganas de leer, que no son sino ganas de vivir (y de vivir a tope, no se olvide). Gente que se crece ante las dificultades que otra gente, que a buen seguro no lee, les pone para evitar no inevitable: una sociedad cada vez más democrática, crítica y libre.

Después, pasamos a los talleres. En el tronco de un hermoso castaño se leía: “Lectura en Extremadura”. Bajo su densa sombra tuve ocasión de contar a un grupo de personas ávidas de saber lo que por estas tierras, antes irredentas, se estaba haciendo a su favor, que no es poco.

Isabel Sánchez, una paisana que trabaja como bibliotecaria en la “Torrente Ballester” de Salamanca, tituló su taller: “Espiando por el ojo de la cerradura. Leer, otra forma de mirar”. Un título que es toda una poética. Centró su intervención en tres claves que deberíamos tener en cuenta quienes nos interesamos por el mundo de la lectura: atender especialmente a la selección de los libros (no todos valen), formar bien a los profesionales (para que sepan contagiar razonadamente su entusiasmo) e involucrar a los padres en la lectura de sus hijos.

Ojalá este nuevo encuentro (que ya es muy viejo, en el mejor sentido de la palabra) se consolide. Y que venza todas las dificultades, empezando, ay, por las presupuestarias. Se lo merece Federico, sí, pero también cuantos han hecho posible esa fiesta permanente de la lectura.