En el debate que tuvo lugar la semana pasada en la Asamblea, el presidente de la Junta, Rodríguez Ibarra, hizo referencia a la negatividad de la oposición respecto de cualquier logro alcanzado no ya por el Gobierno autonómico en particular sino por la sociedad extremeña en su conjunto. Mencionó, a ese propósito, a escritores y artistas.
Aquí, para la facción que les apoya, es norma cercenar mediante el insulto y la descalificación cualquier atisbo de calidad y de excelencia, sobre todo si el aval viene de fuera (de Miravete para allá, lejos de las fronteras de Santa Marina) y, para colmo, desde instancias que, por su innegable prestigio, pueden hacerlo por encima de toda sospecha, de cualquier consideración amistosa o partidista.
Normal, dirán los realistas. Son reglas de la provincia, inveteradas costumbres de provincianos. Insólito, dirán otros, cansados de soportar esa aburrida cantinela acerca de la preterición y el ninguneo; las jeremiadas de los de siempre, incapaces de sustituir sus tediosas milongas por obras de arte consistentes.
Lo llevaré a mi terreno, el de los libros. Dos autores, poetas por más señas, acaban de conseguir sendos premios literarios y me parece oportuno destacar ese éxito. Para que cese, siquiera un rato, esa negatividad que ofende. Un éxito (palabra gastada, por debajo de las expectativas a que aludo) que no pesa sólo sobre los ganadores, conviene recordar, sino sobre la literatura escrita por extremeños. Todos ganamos, por más que algunos, los negativos, se empeñen en perder.
El primero, por orden de fechas, recayó en Ángel Campos Pámpano. Para ser más exactos, en su libro La semilla en la nieve. Aunque el Premio Extremadura a la Creación, en esa categoría, ya lo habían ganado dos poetas, es la primera vez que se le concede a un libro de poesía, lo que desmonta para siempre la falsa creencia de que al no distinguir entre géneros estaba condenado a entregarse siempre a novelas.
No voy a volver sobre unos poemas (o, mejor, sobre ese largo y único poema) que ya comenté en su momento, apenas apareció el libro y lo leí. A pesar de que a él no le guste la expresión (y lo comprendo), es el mejor de los suyos. Que esto es así, que estamos ante un buen libro, lo ha reconocido alto y claro el jurado que se lo concedió. Empezando por su presidente, el novelista y académico Luis Mateo Díez. Una opinión que fue refrendada por el presidente de otro de los jurados, Saramago, cuya poesía Campos acaba de traducir, como ha hecho (algo que suma a favor de su calidad poética) con buena parte de la mejor poesía portuguesa del siglo XX, con Pessoa y Andrade, ay, a la cabeza.
El otro, más reciente, ha recaído en Basilio Sánchez, por su libro Entre una sombra y otra. Su nombre no es bonito: Unicaja se denomina, como la entidad que lo convoca. Se lo ha entregado en Cádiz un jurado que no me resisto a mencionar: Caballero Bonald, Benítez Reyes, García Montero, Manuel Alcántara, Alfonso Canales y Jesús García Sánchez. Éste último nos da la pista sobre lo mejor del premio (además de su montante económico, doblado porque el año pasado quedó desierto): que se publica en una de las mejores colecciones de poesía de España, la emblemática Visor, donde Basilio publicó su libro anterior y donde, por cierto, hasta ese momento sólo se había editado, desde su creación, un libro de autor extremeño.
Hace unos pocos años hubiera sido impensable que unos poemas que se adscriben a la denominada “poesía de la meditación” hubieran salido adelante con el voto de algunos poetas de ese jurado, máximos representantes de la “poesía de la experiencia”. Uno se alegra especialmente de que las cosas por fin hayan vuelto a su verdadero cauce: el de la poesía a secas.
No quiero ser indiscreto, pero me consta que este libro estuvo a punto de aparecer en otra de nuestras grandes colecciones poéticas y que por muy poco no consiguió alzarse con uno de los premios más prestigiosos de nuestro panorama. Poco importa eso ahora: será el libro, que saldrá a finales de año, quien tenga la primera y la última palabra. Y está bien que, por encima de esos azares, así sea.
No lo puedo ocultar: uno se alegra con la alegría de sus amigos y Ángel y Basilio lo son. Desde antiguo. Eso sí, más allá de esta circunstancia, que me honra, como lector y como extremeño me enorgullezco de que dos poetas y dos libros (uno publicado y el otro inédito) ganen premios y vean la luz en editoriales acreditadas. Para que luego venga el enterado de turno a decir que los extremeños no destacamos en nada y que no hay escritores de esta tierra conocidos fuera de la región. Da igual. Los hechos, sobre todo los escritos, duran más que las figuraciones de un desinformado portavoz. Si no, al tiempo.
(HOY)
Aquí, para la facción que les apoya, es norma cercenar mediante el insulto y la descalificación cualquier atisbo de calidad y de excelencia, sobre todo si el aval viene de fuera (de Miravete para allá, lejos de las fronteras de Santa Marina) y, para colmo, desde instancias que, por su innegable prestigio, pueden hacerlo por encima de toda sospecha, de cualquier consideración amistosa o partidista.
Normal, dirán los realistas. Son reglas de la provincia, inveteradas costumbres de provincianos. Insólito, dirán otros, cansados de soportar esa aburrida cantinela acerca de la preterición y el ninguneo; las jeremiadas de los de siempre, incapaces de sustituir sus tediosas milongas por obras de arte consistentes.
Lo llevaré a mi terreno, el de los libros. Dos autores, poetas por más señas, acaban de conseguir sendos premios literarios y me parece oportuno destacar ese éxito. Para que cese, siquiera un rato, esa negatividad que ofende. Un éxito (palabra gastada, por debajo de las expectativas a que aludo) que no pesa sólo sobre los ganadores, conviene recordar, sino sobre la literatura escrita por extremeños. Todos ganamos, por más que algunos, los negativos, se empeñen en perder.
El primero, por orden de fechas, recayó en Ángel Campos Pámpano. Para ser más exactos, en su libro La semilla en la nieve. Aunque el Premio Extremadura a la Creación, en esa categoría, ya lo habían ganado dos poetas, es la primera vez que se le concede a un libro de poesía, lo que desmonta para siempre la falsa creencia de que al no distinguir entre géneros estaba condenado a entregarse siempre a novelas.
No voy a volver sobre unos poemas (o, mejor, sobre ese largo y único poema) que ya comenté en su momento, apenas apareció el libro y lo leí. A pesar de que a él no le guste la expresión (y lo comprendo), es el mejor de los suyos. Que esto es así, que estamos ante un buen libro, lo ha reconocido alto y claro el jurado que se lo concedió. Empezando por su presidente, el novelista y académico Luis Mateo Díez. Una opinión que fue refrendada por el presidente de otro de los jurados, Saramago, cuya poesía Campos acaba de traducir, como ha hecho (algo que suma a favor de su calidad poética) con buena parte de la mejor poesía portuguesa del siglo XX, con Pessoa y Andrade, ay, a la cabeza.
El otro, más reciente, ha recaído en Basilio Sánchez, por su libro Entre una sombra y otra. Su nombre no es bonito: Unicaja se denomina, como la entidad que lo convoca. Se lo ha entregado en Cádiz un jurado que no me resisto a mencionar: Caballero Bonald, Benítez Reyes, García Montero, Manuel Alcántara, Alfonso Canales y Jesús García Sánchez. Éste último nos da la pista sobre lo mejor del premio (además de su montante económico, doblado porque el año pasado quedó desierto): que se publica en una de las mejores colecciones de poesía de España, la emblemática Visor, donde Basilio publicó su libro anterior y donde, por cierto, hasta ese momento sólo se había editado, desde su creación, un libro de autor extremeño.
Hace unos pocos años hubiera sido impensable que unos poemas que se adscriben a la denominada “poesía de la meditación” hubieran salido adelante con el voto de algunos poetas de ese jurado, máximos representantes de la “poesía de la experiencia”. Uno se alegra especialmente de que las cosas por fin hayan vuelto a su verdadero cauce: el de la poesía a secas.
No quiero ser indiscreto, pero me consta que este libro estuvo a punto de aparecer en otra de nuestras grandes colecciones poéticas y que por muy poco no consiguió alzarse con uno de los premios más prestigiosos de nuestro panorama. Poco importa eso ahora: será el libro, que saldrá a finales de año, quien tenga la primera y la última palabra. Y está bien que, por encima de esos azares, así sea.
No lo puedo ocultar: uno se alegra con la alegría de sus amigos y Ángel y Basilio lo son. Desde antiguo. Eso sí, más allá de esta circunstancia, que me honra, como lector y como extremeño me enorgullezco de que dos poetas y dos libros (uno publicado y el otro inédito) ganen premios y vean la luz en editoriales acreditadas. Para que luego venga el enterado de turno a decir que los extremeños no destacamos en nada y que no hay escritores de esta tierra conocidos fuera de la región. Da igual. Los hechos, sobre todo los escritos, duran más que las figuraciones de un desinformado portavoz. Si no, al tiempo.
(HOY)