Es curioso: un impresentable, del que estamos cansados de saber que lo es y sin remedio (una certeza que, además, voceamos), va y dice de algo nuestro, pongamos un libro, que es formideibol y, automáticamente, pasa a ser un tipo decente (aunque jamás habíamos reparado en ello) y su comentario (tan inane como el necio que lo alumbró) motivo de inclusión en nuestra selecta bibliografía.
Van a tener razón los que dicen que todo es vanidad. Vamos, por decirlo suave, fantasía.
Van a tener razón los que dicen que todo es vanidad. Vamos, por decirlo suave, fantasía.