14.10.05

Estereotipos

Uno tuvo ocasión de escuchar ayer, en Castuera, a la ministra de Cultura, Carmen Calvo. Primero en un acto público -la inauguración del curso escolar de los dos IES de la localidad, donde ella vivió hace años- y después, en privado, durante una comida en la que se mostró locuaz.
La imagen que tenía de ella (y no me refiero a su aspecto físico) no coincide con la que tengo ahora. Me sorprendió gratamente su elocuencia. También su cercanía. Parece mentira que una persona con criterio -y ella lo tiene, ¡vaya si lo tiene!- esté siempre en entredicho. La culpa, como es obvio, no puede ser sólo de los medios. Hay algo que no cuadra. El problema no es, sin duda, que ella no sepa explicarse. Lo hace, nunca mejor dicho, como un libro abierto. ¿Qué ocurre entonces? No lo sé. En lo que coincido con algunos amigos que la escucharon anoche en Badajoz (y también se sorprendieron) es que si, como dijo Wittgenstein, los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo, doña Carmen vive en uno ancho pero no ajeno.