Ayer publicó el diario HOY una versión disminuida de este artículo. Todavía ignoro el porqué. Lo copio aquí íntegro para restituirlo a su humilde forma original.
El pasado domingo nos acercamos a Parla. El Centro Cultural Extremeño Carolina Coronado había organizado un Homenaje a don Antonio Rodríguez-Moñino en el teatro Jaime Salom de esa localidad del cinturón sur de la capital de España, uno de los locales donde se celebra el Festival Madrid Sur de José Monleón y el IITM.
Quiso la casualidad que el día anterior escucháramos una extensa entrevista con su alcalde, Tomás Gómez, lo que redobló el interés por visitar una ciudad de 100.000 habitantes (de los cuales casi un tercio son extremeños) que va a poner en marcha un proyecto estimulante: el tranvía.
De Moñino hablaron, con sobrada solvencia, dos miembros de Beturia: Ricardo Hernández Mejías y Alejandro García Galán. Hubo música (culta, por parte de Nuviana, y popular, a cargo del pianista Alberto Lebrato) y entrega de premios (los Carolina Coronado de poesía) y de placas, entre otras, a la sobrina del homenajeado, Julia Rodríguez-Moñino Serrano.
Honra al “Carolina Coronado” la elección de Moñino. No es frecuente que en ese tipo de Centros se salga del cansino círculo de los gabrielesygalanes y los chamizos. Don Antonio, que fue un extremeño cabal, representa la mejor Extremadura, la que en rigor debería elogiarse.
Como suele ocurrir en los de verdad grandes, a su altura intelectual se unía su bonhomía personal. Fue una persona íntegra y con criterio. Hubo ocasión de recordar en Parla que, durante la Guerra Civil, la defensa de lo mejor de nuestro patrimonio cultural estuvo en manos de dos extremeños: Timoteo Pérez Rubio (salvando los cuadros del Museo del Prado) y Antonio Rodríguez-Moñino (haciendo lo propio con las bibliotecas, entre ellas la Nacional). Tras esa guerra, que perdió, depurado y con su carrera profesional truncada, este ciudadano de la “Tercera España” vivió un prolongado exilio interior que sobrellevó con una intensísima labor en sus especialidades, la bibliografía y la bibliofilia (“Príncipe de los Bibliófilos” le llamó Bataillon), tanto aquí como en el extranjero (como conferenciante y profesor de universidades de todo el mundo, en especial las norteamericanas), además de dedicarse a la edición (fue fundador de Castalia) y, cómo no, a sus tertulias en los cafés (lo que da cuenta de su carácter conversacional y dialogante).
Tras un primer intento fallido (por motivos políticos), ingresó en 1966 en el Real Academia Española. En esa institución está la mayor parte de su legado. En la biblioteca cacereña que lleva su nombre y el de su mujer y compañera infatigable, María Brey, por decisión de ésta, se depositaron los fondos “extremeños” y en la Academia, como digo, está el resto, que es tanto como decir la mejor colección de libro antiguo del país.
Como me comentaba un especialista en su obra, José Luis Bernal, esa entrega desinteresada (y eso que había ofertas sustanciosas de universidades foráneas) es el primer acto trascendente de restitución bibliográfica que tiene lugar en España en mucho tiempo, siglos incluso.
Y ya que hablamos del profesor Bernal, bueno será recordar que la Editora Regional le publicó en 1991 un Cuaderno Popular titulado Dos casos de marginación: Antonio Rodríguez-Moñino y Francisco Valdés donde, entre otras cosas interesantes, se analiza su poesía, desconocida para muchos, algo que salió a colación en el acto de Parla.
En la tradición extremeñísima de bibliógrafos españoles como Gallardo y Barrantes, oportunamente recordada por Juan Manuel Rozas (estos días, veinte años ya de su muerte), Moñino da un paso más y se define, ante todo, como lector. “Tal vez, escribió, para desgracia de ese papel de bibliógrafo, tengo la debilidad de no considerar el libro sólo como unidad catalográfica, sino como expresión material de pensamiento y sensibilidad: quiero decir que los leo”.
Porque uno admira a Moñino, le hice aparecer como personaje en mi última novela.
Dije en Parla que tenía la certeza de que a Rodríguez-Moñino le hubiera gustado conocer la Extremadura de hoy. La del Año del Libro y la Lectura y la exposición “Extremadura en sus páginas” (recordamos esa tarde, unos y otros, a Fernando T. Pérez); la del Plan de Fomento de la Lectura y las sucesivas ediciones de “Un libro, un euro” (en la segunda campaña, precisamente, se editó y regaló su obra Historia Literaria Extremeña, una gentileza de otro bibliófilo, Joaquín González Manzanares); la del mayor índice de bibliotecas por habitante de España; la de la Biblioteca Regional y la de Barcarrota; la de la Unión de Bibliófilos Extremeños, la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura y la Academia Europea de Yuste (que le tendrían entre sus miembros); la de las Aulas Literarias de la Asociación de Escritores y la de los Talleres de Relato y Poesía, etc. No me cabe la menor duda de que se sentiría feliz. Esta es la Extremadura que sigue su ejemplo. Sí, por suerte, aludiendo a sus propias palabras, cada vez quedan menos “venerables fósiles” aquí.