Los que, día sí y día también, bajamos y subimos por la Nacional 630 sabemos que la Vía de la Plata es una ruta cada día más transitada por caminantes y ciclistas; peregrinos, la mayor parte, a Santiago de Compostela.
Suelo encontrármelos a primerísima hora de la mañana, cuando aún es de noche, saliendo de Cañaveral. Van bien abrigados en esta época. Y perfectamente pertrechados, con sus bastones y todo. Gente mayor. Con frecuencia, extranjeros. También suelo verlos por las famosas curvas del Tajo y en las llanuras cercanas a Cáceres cuando la senda es tal y no vulgar carretera.
Confieso que me alegran la mañana y, cómo no, que su lenta aventura me llena de envidia. Llevo dentro un paseante; sin embargo, desde la adolescencia y la primera juventud nunca he conseguido romper el estrecho círculo de los paseos largos (de unos diez kilómetros) y cortos (de unos cinco), esa división que tanta gracia le hace a Antonio Salvador, otro paseante, de la Ronda Norte. Por eso fantaseo e imagino que, en vez de Mérida, mi destino es otro y que, en lugar de prisas y coche, me esperan el olor y la luz del aire libre y la serenidad de la contemplación que sólo alcanza quien va por la vida con un pie detrás del otro; a una velocidad, digamos, humana.
De ahí que los domingos, tras uno de mis paseos largos, intente ver en la tele los programas de Ruta Vía de la Plata, más ahora, que se ocupan de su tramo extremeño. Un tramo, por cierto, que acaba de conseguir el prestigioso premio que concede la Federación Paneuropea de Patrimonio Europa Nostra a la Conservación de Paisajes Culturales. Lo ha logrado, además, con el mayor rango de la categoría (tiene tres para todo el ámbito europeo).
Conviene aclarar que se entiende por paisaje cultural el resultado de la acción del desarrollo de actividades humanas en un territorio concreto, cuyos componentes identificativos son: el sustrato natural (orografía, suelo, vegetación, agua), la acción humana (modificación y/o alteración de los elementos naturales y construcciones para una finalidad concreta) y la actividad desarrollada (componente funcional en relación con la economía, formas de vida, creencias, cultura, etc.).
La entrega del premio tendrá lugar en el Palacio del Pardo de Madrid el próximo 27 de junio, bajo la presidencia de la Reina Doña Sofía y el príncipe consorte de Dinamarca, presidente de Europa Nostra.
Este galardón reconoce la rehabilitación, conservación y gestión del patrimonio cultural de esta milenaria vía a su paso por Extremadura, dentro del apartado “sitios arqueológicos”. Detrás, un proyecto de largo alcance, Alba Plata, de la Consejería de Cultura, que ha recobrado la Vía del mismo nombre, desde Monesterio, en el sur, hasta Baños de Montemayor, en el norte.
Por lo que hemos leído, los criterios para la valoración de los proyectos incluían la calidad del trabajo realizado, su relevancia cultural, educativa y social, así como la investigación preliminar llevada a cabo.
La inversión (cofinanciada con fondos europeos y con los de la citada Consejería de la Junta de Extremadura) ha sido de cerca de 20 millones de euros, y ha supuesto la revalorización, ya decimos, de esta calzada romana como eje cultural y turístico de la región, al tiempo que ha permitido la recuperación de una serie de elementos patrimoniales de su entorno, que la configuran como un gran museo abierto de carácter territorial. La de la Plata es, asimismo, “una de las vías de comunicación más importantes del occidente peninsular”, como ha recordado la arqueóloga Ana Montalvo.
Este tipo de planes son poco habituales en las políticas culturales al uso, ésas que buscan la rentabilidad inmediata del corto plazo. Nadie ha dicho, eso sí, que las nuestras lo sean. Alba Plata lo demuestra de sobra. Hay que tener mucha ambición y las cosas muy claras para abordar ideas de este calado y, cómo no, el tiempo suficiente y el ánimo templado para que cristalicen. Es el caso, ya digo.
Hablamos de un proyecto que la oposición, empeñada en descalificar todo por sistema (lo que, en última instancia, como dice un amigo, la descalifica, antes que a nadie, a ella: no todo puede estar mal), ha criticado hace poco. Deberíamos estar acostumbrados a su lucidez en esta materia.
No haría falta explicar que a pesar de lo mucho rehabilitado (no sólo el legado romano de la ruta sino un total de treinta y dos elementos patrimoniales, una parte de lo que las distintas culturas posteriores han ido asentando sobre ella y que, por tanto, la han ido enriqueciendo) y de lo creado ad hoc (albergues, centros de interpretación, etc.), el proyecto no ha concluido. Después de terminar las infraestructuras comienza otra tarea no menos ardua: la de dinamizarlas. Es acaso la más apasionante. En eso se está. Tiempo al tiempo.