Los futuros historiadores de la edición española darán cuenta, sin duda, de los dos fenómenos más llamativos de principios del milenio. El primero es que el sector haya sobrevivido (sólo por ahora, no echemos las campanas al vuelo) a las políticas culturales «implementadas» por diversas Administraciones con competencia en este ramo tan transferido. El segundo, y mucho más importante, es la proliferación, particularmente llamativa en los tres últimos años, de docenas (y docenas) de diminutas editoriales independientes en todos los ángulos de esta Piel de Toro tan asendereada y plurinacional. Desde aquí quiero sumarme modestamente al entusiasmo y solidaridad con que el maestro Antoine Gallimard celebraba hace unos días desde Le Monde un fenómeno semejante en la edición francesa. No puedo citar de memoria los nombres de todos los recién llegados, pero ahí van algunos: Funambulista, Sexto Piso, Barataria, Atalanta, Maldoror, Gadir, Meteora, Ediciones del Viento, Páginas de Espuma, Berenice, Mono Azul, Libros del Asteroide, Alpha Decay, Inédita, Melusina, Poliedro, Minúscula, etcétera. La última de que tengo noticia es Editorial Periférica, con sede cacereña y cuyos dos primero volúmenes (El testamento de un bromista, de Jules Vallès, y La pelirroja, del por aquí desconocido José Valentim Fialho de Almeida) se ponen a la venta estos mismos días. Periférica, cuyo director literario es el novelista Julián Rodríguez Marcos (su última obra, Ninguna necesidad, aparecerá en Mondadori en mayo), publicará unos quince libros al año. Y tiene una página web (en construcción) desde la que ya se pueden hacer pedidos: www.editorialperiferica.com. De nada. Y ¡vivan los pequeños editores! (Bueno, y los otros también, no se vayan a poner mustios).