1.4.06

Paradoja

El lunes pasado viajé a Madrid para asistir a la presentación del primer Congreso Nacional de la Lectura, un acontecimiento al que habrá que dedicar otro día este rincón, siquiera sea porque compararlo con otro evento remotamente parecido es, para aviso de despistados, imposible.
Según costumbre, de camino a la Plaza del Rey, paré en la Casa del Libro de Gran Vía para echar un vistazo a las novedades. Allí, en una de las mesas más céntricas, vi por primera vez la edición de Paradoja del interventor de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) que acaba de sacar a la calle Tusquets. Sobre la hermosa cubierta de la colección Andanzas (donde apareció la mítica novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía) en la que se ve una estación, un tren y un hombre de espaldas con una cartera y un paraguas, la faja color naranja con la lapidaria frase de Rafael Conte, tomada de la entusiástica reseña publicada hace unos meses en el suplemento Babelia del diario El País: “Ojo, lector en singular, he aquí la novela española más importante que he podido leer en los últimos años, no sé si diez, quizá veinte”. Aunque no aparezca en la citada banda promocional, el veterano crítico literario añadió: “Pues ya estamos aquí fuera del mundo, del mundo editorial, de los premios y de las academias, de las ceremonias sociales y suplementos culturales, por una vez deberíamos extraernos de nuestras casillas para entrar en el reino de la literatura de verdad, en el universo imperecedero, frágil y universal del arte literario sin adherencia alguna. He aquí un libro importante... un apólogo kafkiano escrito en una prosa teñida de cultura, de nostalgia, de ternura y no exenta también de una buena dosis de ironía cuando lo necesita”.
No cabe duda de que el comentario de Conte debió animar a los editores barceloneses a lanzarse a la aventura que supone en España (y, doy por hecho, que en el resto del mundo) publicar una novela rigurosa que acaba de ser, como quien dice, publicada y cuyo autor es poco conocido, salvo en el territorio de la literatura a secas, el de los lectores bien informados. Esto último cuesta creerlo, pero a algunos les sacas de los tres o cuatro promotores de best sellers (llamarlos escritores es un abuso) y no dan pie con bolo.
Sí, la primera edición de Paradoja, como diría Gonzalo (que nombra sus novelas de forma abreviada: Mísera, Jotán, etc.), salió hace un par de años en la editorial extremeña, de Badajoz, Libros del Oeste. Todas sus obras han ido apareciendo en pequeñas editoriales tan dignas como ésa. Ahora, salta a otro ruedo o pasa a otra liga, lo que traerá como consecuencia que llegue a más lectores. Esto nunca se sabe, claro. Lo doy por descontado. Nadie mejor que uno mismo para reconocer lo fácil que resulta equivocarse. Eso sí, con según que nombres y según qué obras, ésta por ejemplo, eso es difícil. Lo sencillo es meter la pata haciendo mención a don nadies que sólo garrapatean.
Los primeros editores –Manuel Vicente González, Ángel Campos Pámpano y Pedro Almoril- están orgullosos de que uno de sus jugadores, por seguir con el símil deportivo, pase a las ligas mayores. No es para menos. Más extraño me parece que editores de primera división como Beatriz de Moura y Juan Cerezo hayan esperado tanto para fichar a Hidalgo Bayal. Que era un escritor de fuste lo sabían incluso ellos. Son profesionales que no se andan con los remilgos que se toman otros para sacar un libro. Por encima de consideraciones como, pongo por caso, la edad del escritor, una exigencia que pocos perdonan. Eso sirve para nuestro paisano pero también para gente mucho mayor que él, como Ramiro Pinilla, bilbaíno de 1923.
El otro día, en la estación de Mérida, primero, y en el traqueteante tren que me traía a Plasencia, después, evocaba a distancia las palabras de la contracubierta: “Una noche de noviembre, un hombre mayor, «casi en la edad de los desguaces», se apea en una estación a tomar un café y llenar una botella de agua y, sin saber cómo, pierde el tren. Como además no ha tenido la preocupación de bajar con chaqueta, se queda sin dinero ni identificación: el tren se ha llevado su equipaje y su destino”.
En efecto, como sigue diciendo en el mismo sitio, “éste es el relato, entre kafkiano y becketiano, de su estancia obligatoria en una ciudad desconocida, donde conocerá una galería de vidas minúsculas y personajes extravagantes” que dejará tan boquiabierto al desavisado lector como al que ya va advertido, pues la excelencia de la prosa de Gonzalo Hidalgo Bayal (a él le gusta que le llamen al completo) no puede dejar indiferente a nadie. A nadie que sepa y quiera leer, por supuesto.