6.9.06

Sevilla

Ayer bajé con mi hijo a Sevilla. Como no había entrado en la ciudad todavía (y mira que la hemos atravesado veces) y la falta de tiempo era evidente, decidí que lo mejor sería acercarnos a la catedral para subir con él a la Giralda y que la viera entera. Y así fue. A eso de la una de la tarde, rodeados de sudorosos turistas como nosotros, ascendimos por aquellas rampas de Alá y de Dios. Al muchacho le encantó la panorámica. Sobre todo, ay, por un par de piscinas situadas en sendas azoteas donde unos privilegiados bañistas se salvaban del agobiante bochorno. Claro que para calor el que pasamos por la tarde: a las cuatro y media entrábamos en unos vagones situados en unos almacenes cercanos a la estación de Santa Justa donde la temperatura alcanzaba los... 50º. No exagero. Que no nos diera algo fue un milagro. Como el de que esa ciudad del Sur exista. De la carretera y de Beirut (que es como calificó el taxista a la zona en obras del centro) mejor no hablar. Llegamos, eso sí, como nuevos. La intensidad, que es vida.