21.8.07

Don Mariano Fernández-Daza

Uno, que tuvo un trato esporádico con él, nunca se dirigió al marqués de la Encomienda como Mariano Encomienda, que es como le llamaban sus amigos. Era, sencillamente, don Mariano Fernández- Daza.
Ayer acudimos Luis Sáez y yo a su funeral, en Almendralejo, su ciudad natal, donde deja su legado más importante: la biblioteca que fue reuniendo a lo largo de su vida, una de las más importantes de Extremadura. (Por allí aparecieron en cierta ocasión Ferlosio y Gonzalo Hidalgo, para ver de cerca sus tesoros. Puede que el autor de Paradoja del interventor evoque la visita algún día.)
Era un noble señor jovial y vitalista. Buen conversador. Cercano. O al menos así lo recuerdo. Coincido con quienes piensan que si la aristocracia, siquiera una parte, se hubiera comportado como él otro gallo (histórico) nos hubiera cantado.
A distancia, envidio sanamente (sí, se puede) la vida que llevó. Fatigando estanterías, visitando librerías de viejo, escribiendo escasas pero enjundiosas páginas (Lama señala su condición de ágrafo). Haciendo, en fin, todo lo que uno no ha hecho, entre otras cosas porque no me ha llamado Dios por el camino de la bibliofilia.
Vi a su hija Carmen muy apenada, como es lógico. A los que amamos los libros (que en esta tierra, mal que le pese a algún desinformado del PP, somos unos cuantos), nos alegra saber que ella va a seguir ahí, al pie del cañón. Además de otros valores heredados de su padre, Carmen escribe, lo que redunda en beneficio de todos. Ahora preside la Unión de Bibliófilos, uno de los empeños que animó su padre (aunque el santo patrón de eso siga siendo, ay, mi querido Joaquín González Manzanares). Otro, la Real Academia de Extremadura (también abracé a Castelo).
El funeral, y voy terminando, fue ejemplar: Tejada Vizuete no es un cura cualquiera. Eso es una homilía. A su lado, Sánchez Adalid asentía.