30.9.08

El olvido que seremos

He terminado el hermoso libro de Héctor Abad Faciolince que toma su título de un (presunto) soneto de Borges. Había aplazado su lectura varias veces a lo largo de los últimos meses, desde que me lo mandó Nahir Gutierrez. La última vez, este verano en la playa. Tras la desaparición del mío, me cuesta horrores leer libros sobre ese asunto: la muerte del padre. Espera desde hace años Patrimonio, de Philip Roth, por poner un ejemplo. Claro que el libro del colombiano es algo más que eso. Hay en él mucho de celebración. Creo, en fin, que es un libro necesario. Literatura con voluntad de tal, conviene precisar.
De entre muchas posibilidades, los hombre pueden dividirse entre los que han tenido o tienen un buen padre y los que no. Uno se encuentra, por suerte, entre los primeros. El de Héctor Abad fue un ser extraordinario, sin duda. No hace falta esa suerte de heroicidad para reconocer que uno también vivió al lado de un ser maravilloso. Aquí atrás, sin embargo, hablaba con una persona muy cercana que, ya en su vejez, aún respira por la herida causada -seguro que a su pesar- por un progenitor nefasto. Odiosas comparaciones mediante, Abad y Kafka.