En Plasencia, hasta hace poco, sólo había uno, el "Gabriel y Galán". Acaba de cumplir 75 años. Con ese motivo han organizado, ente otras cosas, un ciclo de conferencias. La otra noche me tocó hablar a mí. Un detalle del equipo directivo.
Titulé la charla "Adolescencia en Plasencia hacia 1975". Un homenaje a mi admirado Benjamín. Mantuve a propósito la rima, por aquello de que uno, según dicen, es poeta.
Aunque estuve sólo un año, me consideran antiguo alumno. Ya he contado más de una vez que para mí fue una liberación dejar el colegio de los Maristas, donde pasé diez largos años (allí hice elemental, medio, preparatorio, ingreso y los seis cursos del bachillerato de entonces), y llegar al instituto. Encontré mejores profesores y a uno, en especial, que ha marcado mi vida, como suele decirse: Gerardo Rovira, el de literatura, quien me hizo el lector que, desde entonces, no he dejado de ser. ¡Y con las lecturas obligatorias!
Hablé, en fin, de estas cosas. Empecé con los recuerdos de mi padre, que fue también alumno de ese centro, y seguí con los míos -qué conoce uno, si acaso- de aquel año especial: empecé a salir con mi novia (con la que sigo saliendo), disfruté del relajado pero riguroso ambiente de la enseñanza pública, entré en mi primera biblioteca escolar y, para colmo de bienes, se nos murió Franco. En pleno desencanto político (personal), ha sido reconfortante recordar la ilusión de aquellos primeros momentos, cuando uno empezaba a soñar con la libertad y la democracia. Total, para esto.
Evoqué anécdotas y amigos (a Gargantilla, por ejemplo) ante un público inesperadamente numeroso compuesto por alumnos, profesores (Sebastián Redero, Quique López, Javier Negrete -novelista de éxito- o Fernando Flórez del Manzano, que me presentó, etc.), compañeros (como mi director, Javier Juanals, y su esposa o como Manolo Chico y la suya) y amigos (Gonzalo, María José...). Al fondo estaban los hermanos Martín Oncina. Con Antolín estudié desde los seis hasta los dieciséis. Al salir nos reímos de los viejos tiempos, que lo menos que puede hacerse a estas alturas con ellos.
Por el insti uno ha vuelto a menudo cuando llevábamos Gonzalo y yo el Aula de Literatura. Allí hemos estado, entre otros, con Caballero Bonald, Almudena Grandes, Cercas y Atxaga.
Terminé diciendo que aquel fue, en realidad, el último año de mi niñez, "entendiendo por niñez esa edad feliz en la que uno vive alejado de cualquier preocupación sustantiva". También di las gracias, en diferido, porque pasé un curso en "un instituto que supo sacar de mí todo lo que un centro de enseñanza público puede y debe obtener". Donde tuve un profesor que, además, me salvó para la vida porque me ganó para la lectura. No es poco para diez meses. El yo que vino después es, sin duda, otro.
Titulé la charla "Adolescencia en Plasencia hacia 1975". Un homenaje a mi admirado Benjamín. Mantuve a propósito la rima, por aquello de que uno, según dicen, es poeta.
Aunque estuve sólo un año, me consideran antiguo alumno. Ya he contado más de una vez que para mí fue una liberación dejar el colegio de los Maristas, donde pasé diez largos años (allí hice elemental, medio, preparatorio, ingreso y los seis cursos del bachillerato de entonces), y llegar al instituto. Encontré mejores profesores y a uno, en especial, que ha marcado mi vida, como suele decirse: Gerardo Rovira, el de literatura, quien me hizo el lector que, desde entonces, no he dejado de ser. ¡Y con las lecturas obligatorias!
Hablé, en fin, de estas cosas. Empecé con los recuerdos de mi padre, que fue también alumno de ese centro, y seguí con los míos -qué conoce uno, si acaso- de aquel año especial: empecé a salir con mi novia (con la que sigo saliendo), disfruté del relajado pero riguroso ambiente de la enseñanza pública, entré en mi primera biblioteca escolar y, para colmo de bienes, se nos murió Franco. En pleno desencanto político (personal), ha sido reconfortante recordar la ilusión de aquellos primeros momentos, cuando uno empezaba a soñar con la libertad y la democracia. Total, para esto.
Evoqué anécdotas y amigos (a Gargantilla, por ejemplo) ante un público inesperadamente numeroso compuesto por alumnos, profesores (Sebastián Redero, Quique López, Javier Negrete -novelista de éxito- o Fernando Flórez del Manzano, que me presentó, etc.), compañeros (como mi director, Javier Juanals, y su esposa o como Manolo Chico y la suya) y amigos (Gonzalo, María José...). Al fondo estaban los hermanos Martín Oncina. Con Antolín estudié desde los seis hasta los dieciséis. Al salir nos reímos de los viejos tiempos, que lo menos que puede hacerse a estas alturas con ellos.
Por el insti uno ha vuelto a menudo cuando llevábamos Gonzalo y yo el Aula de Literatura. Allí hemos estado, entre otros, con Caballero Bonald, Almudena Grandes, Cercas y Atxaga.
Terminé diciendo que aquel fue, en realidad, el último año de mi niñez, "entendiendo por niñez esa edad feliz en la que uno vive alejado de cualquier preocupación sustantiva". También di las gracias, en diferido, porque pasé un curso en "un instituto que supo sacar de mí todo lo que un centro de enseñanza público puede y debe obtener". Donde tuve un profesor que, además, me salvó para la vida porque me ganó para la lectura. No es poco para diez meses. El yo que vino después es, sin duda, otro.