3.11.08

Aramburu lee "Desde fuera"

UNA LECTURA DE ÁLVARO VALVERDE

Acostumbra Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) insertar al final de sus libros en verso una o dos páginas de notas aclaratorias cuya finalidad no estriba en proporcionar claves posibles que aseguren el entendimiento cabal de este o el otro poema. Sirven para revelar la identidad de algún personaje real aludido anteriormente por sus iniciales; para referir las circunstancias en que fueron escritos determinados textos, aclarar una mención o consignar dedicatorias. Dan cuenta asimismo del tiempo que abarcó la composición del libro. No está de más saber que el trabajo de escritura de su última reunión de poemas, titulada Desde fuera (2008), se extendió por espacio de siete años. El dato es sintomático del cuidado riguroso que guía la mano del escritor en su empeño sostenido por elaborar un discurso poético cuyas características más ostensibles son la densidad de pensamiento y la expresión clara, concisa, limpia de adherencias retóricas.
Nacen los libros de poemas de Álvaro Valverde de una larga y honesta artesanía que casi no se nota. Resulta de ella una sencillez aparente que el lector recibe en moldes métricos irregulares, con un sustento rítmico generalmente endecasilábico, al cual se agrega en Desde fuera una sección, peculiar en el conjunto de la obra de Álvaro Valverde, de instantáneas poéticas escritas en arte menor e inspiradas, según lo declara una nota pertinente, en cuadros del pintor Godofredo Ortega Muñoz. Tras la tersura verbal de sus composiciones se esconde con frecuencia una rica variedad de matices significativos, de sutilidades sonoras, de finezas de toda índole que a menudo no se dejan desvelar sino mediante la repetición de la lectura. No nos parece la de Álvaro Valverde una poesía urdida para suscitar admiración por las habilidades y audacias del estilo, al modo del gusto barroco. Otra cosa, acaso más profunda para quienes no descartan de antemano que cierta suma de palabras bien compuestas contenga, además de sonidos, algún mensaje, prevalece en ella: la estrecha y afable comunicación con el posible lector, comunicación de un alto valor confidencial, de una naturalidad austera y de una belleza expresiva que no olvida descansar en la emoción.
Añadiendo algunas novedades relativas a los asuntos tratados, Desde fuera prolonga el complejo ejercicio de meditación que ya encontrábamos en títulos anteriores de Álvaro Valverde. Lo hace en secciones de tonos heterogéneos, lo cual importa poco en un arte que no tiene por qué sustentarse en simetrías; que, antes bien, halla por decisión del escritor su fundamento estético en la voz confesional, en las palabras privadas de un hombre que siente, que recuerda, que cavila, que hace en suma poemas con esas cosas no particularmente espectaculares ni solemnes (residuos las llama él) que la vida nos pone delante y luego nos quita sin dar explicaciones.
Tema frecuente en Desde fuera es el otoño de la existencia, abordado con serena lucidez. Predomina en los versos de Álvaro Valverde un tono de elegía a media voz. El poeta constata sin patetismo, sin desgarro, la caducidad natural de la existencia y celebra la vida desde la certeza de que eso, la vida, es todo cuanto hay. La poesía no nos proporciona el absoluto, pero rescata ciertos dones para el arte de la palabra (un espacio determinado, la mirada fugaz de una mujer hermosa en un tren paralelo, una escena pintada, un membrillo) depositarios de belleza y sabiduría. Y de tal modo, con breves y cotidianas esperanzas, y con saludable aceptación, el poeta pone por obra, sin quejumbre, sin ruido trágico, su ejercicio particular de dignificación de la vida.
El carácter reflexivo de la poesía de Álvaro Valverde no contradice el hecho de que en ella los elementos visuales tienen una relevancia primordial. Dicha dualidad contribuye a preservarla del exceso de abstracción. El poeta visita lugares y acompaña con pensamientos sus observaciones. No es, por lo demás, la de Álvaro Valverde poesía de un paisaje constante, a la manera de Antonio Machado, sino de muchos y distintos entre sí, lo mismo urbanos que rurales, próximos que lejanos, elegidos por el poeta de acuerdo con la movilidad y el gusto por conocer mundo de los hombres modernos, lo cual no excluye, ni tenía por qué, la elección ocasional de lugares de su región natal. Yuste, por ejemplo, acaso uno de sus predilectos, paradigma de espacio idóneo para el recogimiento tanto como para el juicio clarividente de quien no considera la vida terrena un estado provisional del ser.
Con frecuencia en los lugares que los sucesivos poemas convocan habitan figuras humanas. La evocación del padre fallecido suscita una serie de cuatro piezas elegíacas, en las cuales el lector hallará, acotada dentro de los límites de la contención y la seriedad, los poemas más sentidos y tal vez los más intensos del libro. Otras veces los versos dibujan un episodio protagonizado por algún señalado escritor: Ganivet en vísperas de arrojarse al río, Borges fotografiado, Stevenson que sueña con ver faros desde el mar, Lampedura, Andrade y tantos otros de quienes la inventiva del poeta se sirve para tender sobre la realidad concreta una mirada con ojos distintos de los suyos y, como si dijéramos, desde fuera de sí mismo, conforme a aquella certidumbre que Álvaro Valverde dejó escrita en Ensayando círculos (1995) y que entraña a un tiempo una declaración de fe en la poesía y de fe en el hombre: “Toda verdad, me dije, es un diálogo”.

Fernando Aramburu

Publicado en Territorios, de El Correo (1/11/2008), y en Trazos, de Hoy(2/11/2008)