26.11.08

Carta de San Vicente

Acabamos de llegar, como quien dice, de San Vicente de Alcántara. Hemos ido al funeral de Ángel. En el coche, María José, Yolanda, Gonzalo y yo, que he conducido. El día ha sido largo. Todo es largo desde que conocimos la noticia de su muerte. Otra muerte anunciada. El día ha sido frío. Glacial, casi. No era inoportuno recordar la nieve de su último libro. En la iglesia, mucha gente. Apenas si he echado de menos a alguien. De los habituales, digo. Todo ha sido muy rápido como para que pudieran venir los de fuera (y allí estaba Castelo, Rosa Vicente, Ada Salas...). La familia, hundida, como quienes les acompañábamos: sus paisanos y sus amigos. El cura, ya es raro, ha estado bien. Era compañero en Lisboa. Llevaba en las manos la poesía completa de Ángel. Lo peor ha sido, sin duda, la música. De iglesia postconciliar. Bueno, y la ausencia incomprensible de la consejera de Cultura o de algún director general de la casa; el de Promoción, por ejemplo. No es resentimiento, ¿para qué?, es simple y sencillamente vergüenza ajena. O que uno, ay, tiene un anacrónico sentido de lo institucional, de lo cívico y de lo público. Será. Mañana sí estará en Guarda, con las hijas de nuestro amigo. Quedará muy bien al lado del presidente Cavaco. Otra señal, y perdón por la insistencia, de que ni se enteran de lo que importa ni quieren saberlo. ¿Para qué? Me subleva este tratamiento para con quien lo merecía todo. ¿O no ha sido él uno de los máximos protagonistas de estos requetecelebrados XXV Años de... Paz? Sólo falta que le concedan la Medalla de Extremadura a título póstumo. Toma nota, Poeta.
Nos hemos quedado a comer en el pueblo. Los cuatro citados al principio y Malama. Nos ha dado tiempo de reír y de llorar (de nuevo) y de recordar a Angelito pidiendo de postre natillas. Cuando él vivía, las pedía por ti. ¡Para mí, natillas!, gritaba. Y para nosotros, como tu inolvidable dulzura, amigo.