11.12.08

Cuento

No volvemos a la realidad hasta que la soñamos. Al despertarme, era aún de noche. En el sueño, estábamos sentados casi al lado. Había más gente. No sé quién. De golpe, con un arrojo impropio, le dije que iba a contárselo todo por primera y última vez y le pedí que me mirara a los ojos. Él lo hizo. Eran de un exagerado y penetrante color azul. Luego repetí mi verdad. La verdad, mejor: sólo hay una. Sonó tres veces en mi boca la palabra indecente (la repito desde hace tiempo con frecuencia, se ve que hasta dormido). Hubo más, pero no lo recuerdo. El calvo, encantador, nunca dejó de sonreír.