En la fotografía que ilustra la cabecera del blog de Alberto Santamaría se ven tres coches en un desguace. El de la izquierda es, según creo, un Fiat 1.300, exactamente igual que el que tenía mi tío Francisco Hoyas. En la Plasencia gris del seiscientos, brillaba no poco aquel coche que vino de Melilla (donde su propietario estaba destinado como militar). Aún lo veo aparcado en el solitario Resbaladero de San Martín.
Son muchos los recuerdos infantiles ligados a los viajes en el mille trecento (como decía mi padre, que había estudiado italiano en su bachillerato fascista) por los alrededores de Plasencia. Al río, Vera arriba y Valle abajo, a Puerto de Béjar y a Baños... Eran excursiones en busca de la frescura, cómodas de hacer incluso para alguien tan aficionado, como yo, al mareo. Eso sí, había que entrar y salir con cuidado del vehículo (sin dar portazos) o colocar las toallas para no mojar con el bañador húmedo la tapicería de piel. Con todo, lo mejor del coche eran sus pasajeros: mis tíos y, sobre todo, mis primos, a los que veíamos, nunca mejor dicho, de higos a brevas. Qué distinto es aquel coche de mi memoria del que aparece en ese cementerio de automóviles. Mañana habré olvidado el corroído aspecto de éste pero dudo que no sea capaz de seguir evocando las elegantes líneas de aquél. Ah, la infancia.
Son muchos los recuerdos infantiles ligados a los viajes en el mille trecento (como decía mi padre, que había estudiado italiano en su bachillerato fascista) por los alrededores de Plasencia. Al río, Vera arriba y Valle abajo, a Puerto de Béjar y a Baños... Eran excursiones en busca de la frescura, cómodas de hacer incluso para alguien tan aficionado, como yo, al mareo. Eso sí, había que entrar y salir con cuidado del vehículo (sin dar portazos) o colocar las toallas para no mojar con el bañador húmedo la tapicería de piel. Con todo, lo mejor del coche eran sus pasajeros: mis tíos y, sobre todo, mis primos, a los que veíamos, nunca mejor dicho, de higos a brevas. Qué distinto es aquel coche de mi memoria del que aparece en ese cementerio de automóviles. Mañana habré olvidado el corroído aspecto de éste pero dudo que no sea capaz de seguir evocando las elegantes líneas de aquél. Ah, la infancia.