"Desde la otra Europa" me envía Juan Manuel Bonet su último libro, Polonia-Noche (Mainel), cuya primera imagen es una bonita viñeta de Miguel Galano en la cubierta. Dla Moniki, reza la dedicatoria. Su mujer y su Galitzia natal son en buena parte culpables (bendita culpabilidad) de la ya antigua relación de Bonet con Centroeuropa que ha tenido reflejo en obras anteriores del madrileño de París. Así, en Praga. Doce poemas de Pavel Hrádock (1994), un heterónimo muy oportuno para alguien que sólo por su monumental Diccionario de las Vanguardias, reeditado por Alianza, merece pasar a la historia de la literatura española.
Le conocimos personalmente en Madrid, en la lejana presentación de La generación de los 80, la antología de José Luis García Martín donde los dos fuimos incluidos. Desde entonces hemos coincidido algunas veces, sobre todo en Plasencia, ciudad a la que está vinculado gracias al premio del Salón de Otoño de Caja de Extremadura. He leído su poesía -breve pero necesaria, que un año de estos publicará La Veleta bajo el título de Vía Labirinto, sus «collected poems», como él mismo ha dicho- y también no pocos ensayos y prosas sobre arte, pues si algo puede afirmarse de Bonet sin temor a equivocarse es su condición de crítico, uno de los más coherentes y con mejor criterio del panorama.
De Polonia-Noche poco puedo decir. Entro y salgo del libro cada poco, lo que me permite viajar por Cracovia, Varsovia y otros sitios sin moverme de casa, y, más allá, apreciar y degustar una poesía única en español, pues los versos de Bonet sólo se parecen a ellos mismos por esa mezcla perfecta de fragilidad y sentido, de precisión y música callada. A veces, de puro orientales, parecen japoneses. Torres, ríos, lugares, ventanas, nieve... La provincia perfecta, los "pequeños mundos rurales". Poemas, sí, de la mirada. Y, cómo no, de la memoria: "el sueño contra el tiempo".
Le conocimos personalmente en Madrid, en la lejana presentación de La generación de los 80, la antología de José Luis García Martín donde los dos fuimos incluidos. Desde entonces hemos coincidido algunas veces, sobre todo en Plasencia, ciudad a la que está vinculado gracias al premio del Salón de Otoño de Caja de Extremadura. He leído su poesía -breve pero necesaria, que un año de estos publicará La Veleta bajo el título de Vía Labirinto, sus «collected poems», como él mismo ha dicho- y también no pocos ensayos y prosas sobre arte, pues si algo puede afirmarse de Bonet sin temor a equivocarse es su condición de crítico, uno de los más coherentes y con mejor criterio del panorama.
De Polonia-Noche poco puedo decir. Entro y salgo del libro cada poco, lo que me permite viajar por Cracovia, Varsovia y otros sitios sin moverme de casa, y, más allá, apreciar y degustar una poesía única en español, pues los versos de Bonet sólo se parecen a ellos mismos por esa mezcla perfecta de fragilidad y sentido, de precisión y música callada. A veces, de puro orientales, parecen japoneses. Torres, ríos, lugares, ventanas, nieve... La provincia perfecta, los "pequeños mundos rurales". Poemas, sí, de la mirada. Y, cómo no, de la memoria: "el sueño contra el tiempo".