19.5.09

Graduación

Nunca he pensado en el futuro. Cuando toca, mis planes tienen días o semanas. Rara vez meses. Tampoco me he preocupado de hacer cábalas sobre la vida de los demás, por cercanos que sean. Cuestión de carácter, supongo. Por eso, nunca había imaginado que una determinada tarde asistiría a la graduación de mi hija, que termina sus estudios de filología inglesa. El acto fue corto y sencillo (si dejamos al margen los vestidos de sus compañeras) y se celebró el pasado sábado en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura en Cáceres. Ese hecho, que ella haya estudiado en esa universidad y, en concreto, en la citada facultad, es importante para mí. Por muchas razones -sentimentales, amistosas, académicas-, entre las que se encuentra que uno no pasara por esas aulas en su debido momento. Con todo, lo mejor es que L. termine sus estudios y pueda enfrentarse pronto a la vida como suele hacer toda persona adulta: con un trabajo (mejor que el de Movistar) que le dé la necesaria independencia y las deseables satisfacciones para soportar el no siempre agradable vaivén de los días laborables.
Ella estaba guapa, nerviosa, contenta y los tortellini a la carbonara de la cena le supieron a gloria. Como a su madre, a su hermano, a su novio y a mí haber podido vivir con ella esos inesperados momentos que con un poco de suerte, ya se ve, acaban llegando.