10.6.09

Ranas

Esta tarde, a la hora de la siesta, croaban las ranas a la orilla del río que daba gusto oírlas. Eso me llevó a recordar mi infancia. Pero no sólo. Los fines de semana, mi hijo y yo solemos ver un programa de Cuatro donde un tipo sobrevive en condiciones penosas (o eso nos hacen creer) por selvas, desiertos, montañas, ciénagas y todo tipo de lugares lejanos y solitarios. En todos los capítulos come algo asqueroso: bichos, larvas y hasta excrementos. Lo cierto es que nunca le he visto comerse una rana, que para muchos será un animal decididamente no comestible. No para uno, que conste. Ni para bastantes personas que conozco. De hecho es un manjar (con perdón) muy placentino. Como años ha, el lagarto.
Ayer nos encontramos Y. y yo en la calle a la mujer que mejor las ha preparado en este pueblo y, no exagero, en muchas millas a la redonda, que diría el superviviente. En el mítico bar La Caña. Las rebozaba de manera exquisita (utilizaba para ello sifón) y se comían con absoluto deleite. No faltaba, claro, una numerosa clientela en aquella tabernita de la calle Reyes Católicos. Se lo recordábamos (Y. fue vecina suya de niña) y ella, con pena, nos decía que dónde estarían esas ranas famosas y aquel tiempo. Ya no las hay, dijo. Le echó la culpa a las cigüeñas. O vienen de Nueva Zelanda o de Australia, según cuentan. Es verdad que cuando éramos chicos no faltaban en San Esteban los puestos donde se vendían ristras de ranas ensartadas en juncos.
Lo primero que hizo al llegar a Plasencia Andrés Sánchez Pascual (traductor de Jünger y padre de Christina, de Tusquets) fue conminarme a que le llevara a algún sitio donde pudiera comerlas. En La Caña ya no pudo ser y, aunque las encontramos, su decepción fue memorable. Y. y yo las hemos comido con Javier Cercas en el Parador, que las tiene en carta.
Sí, las ranas son ya memoria. Indeleble, pero al cabo memoria. Ahora les ha cogido el gusto mi hijo. Algunos domingos compramos una ración en un asador de pollos que queda cerca de casa. Uno prefiere no probarlas. Ni punto de comparación con las que degusto en mi cabeza.